Antonio Mora Plaza
"Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado
para CC.OO. Cinco libros publicados, cuatro de ellos de análisis económico y
uno de literatura. Autor, además, de numerosos artículos de economía publicados
en revistas especializadas. Colaborador habitual en la revista digital Nueva
Tribuna".
En noviembre del pasado año la selección española de
ajedrez ha obtenido un resultado histórico en el campeonato del mundo de ajedrez rápido, obteniendo el tercer lugar
al derrotar nada más y nada menos que a
la India. El vencedor fue China y el subcampeón Uzbekistán. El equipo español
estaba formado por los grandes maestros FIDE Jaime Santos, David Antón, Alexei
Shirov y Miguel Santos. Y sin embargo este hecho ha pasado desapercibido para
los medios de comunicación españoles, ¡incluso para los periódicos deportivos
de ámbito nacional como el AS o el Marca!, lo cual les debiera caérseles la
cara de vergüenza y, al menos, costarles el puesto a sus directores. Lo cual,
también, nos tiene que llamar la atención de qué tipo de prensa tenemos, siendo
este hecho algo menor en comparación con la falta de objetivación en la
información (la información no tiene adjetivos) de periódicos como el ABC, El
Mundo o La Razón, incapaces de separar información de opinión en un mismo
artículo de supuesta información. Pero este es otro tema.
Hay que destacar también que dentro de
dos meses se celebrará el campeonato del mundo individual entre el ruso Nepomniachtchi
y el chino Ding Liren al renunciar el actual campeón, el noruego Magnus
Carlsen, a disputar contra el clasificado para tal fin. Ha sido una decisión
insólita que nunca habían decidido anteriores campeones y no se sabe
exactamente las razones que le han llevado al campeón vigente a tomar esa
decisión. Ya anunció que solo le motivaba disputar el campeonato del mundo ante
el iraní Alireza Firouzja, pero este no se clasificó para ello.
En nuestro país –y a pesar de ser como
queda dicho España es una potencia europea y mundial– no trasciende y no por
falta de jugadores, y clubes que se dedican a este juego, sino por la ausencia
de periodistas preparados para evaluar a jugadores y, ni siquiera, para
informar de ello. También por la falta de interés de los directores de
periódicos escritos, cuya sola obsesión actual es echar como sea –aunque lo sea
con medios ilícitos– al actual y legítimo presidente Pedro Sánchez. Solo hay un
periodista consumado en estas lides informativas y buen ajedrecista que es
Leontxo García y sus crónicas aparecen en el periódico El País o en televisión
en su programa El rincón de los
inmortales. O por lo menos eso parece.
Aprovechando esta cuestión a veces se
ha suscitado el tema de hacer obligatorio el ajedrez en el colegio por sus
virtudes de obligar a la reflexión al alumnado, amén de otras posibles bondades.
Es verdad que hay países que lo tienen así en su enseñanza secundaria, pero a
mí me parecería un error esa obligatoriedad y sí como una asignatura optativa,
como puede ser una actividad deportiva, la música o un segundo o tercer idioma.
La razón principal de ello es que no todo se puede pedir y el ajedrez puede dar
lugar a dos extremos: o que se convierta en un pasatiempo sin profesores que
ayuden a los alumnos a jugar cada vez mejor o lo contrario, que absorba tanto
que el alumno que caiga en las redes del juego de los 64 escaques afloje
sobremanera en el estudio del resto de las asignaturas. Además no hay en este
país una masa de profesores que sepan ajedrez lo suficiente como para enseñar
ajedrez, sus tácticas y sus estrategias. La enseñanza secundaria –incluida el
bachillerato– y la universitaria debiera cumplir la regla de los dos cincos:
cinco asignaturas por curso y cinco días a la semana. Todo lo demás puede ser
optativo y siempre desde lo público para no dar ventaja al dinero de los papás.
Como dice el aforismo, la ociosidad es
la madre de todos los vicios y quien juega al ajedrez, lee El Quijote o hace
deporte, por ejemplo, siempre será menos agresivo y más generoso con los demás,
aunque sea con generosidad egoísta, que es la generosidad más inteligente. Es
verdad que la obra de Cervantes no defiende el pacifismo porque ese es un
concepto moderno –ingenuo en la mayor parte de los casos–, pero su lectura
mueve a la reflexión y el gozo, y ese es el mejor antídoto contra la violencia.
Yo diría más, que el que juega a este juego, lee a Cervantes y haga deporte –las
tres cosas ala vez– y, además, estudia o trabaja, llevará una vida feliz
siempre que la vida la haga compatible, claro, con las necesidades y
situaciones que la realidad impone.
Y hechas estas denuncias y estas
propuestas, aquí acabo.