martes, 28 de febrero de 2023

A PROPÓSITO DE UCRANIA Y LA IDEA DE ESTADO EN CERVANTES

 


Antonio Mora Plaza

 

   "Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado para CC.OO. Seis libros publicados, cuatro de ellos de análisis económico y dos de literatura. Autor, además, de numerosos artículos de economía publicados en revistas especializadas. Colaborador habitual en la revista digital Nueva Tribuna".

 

           Ser ideológicamente de izquierdas no es difícil, aunque no siempre se es lo que parece, pero serlo intelectualmente es mucho más difícil porque, no solo exige comprender el mundo social, sino querer transformarlo[1] en un orden más justo, más equitativo, más seguro, pero desde las posibilidades reales, desde el mundo real y no solo desde el mundo de los deseos, sin renunciar a los ideales pero sí enterrando utopías. Ser de derechas no tiene ninguna dificultad porque las derechas en los momentos actuales dejan a eso que se llama “el mercado” para que, bajo la bandera solo del egoísmo, cambie las cosas sin más criterio que el poder de compra. Así, y a modo de ejemplo, hemos visto que dos analfabetos funcionales –apelando al mero egoísmo individual- como son el Sr. Rajoy y la Sra. Ayuso han llegado a ser presidentes de diferentes ámbitos geopolíticos en nuestro Estado. Y ahora aspira a lo mismo otro analfabeto funcional como es el Sr. Feijoo. Y por ahí fuera aún es peor como por ejemplo en USA, donde un analfabeto y cretino como Donald Trump ha llegado a ser presidente; vemos también los casos de Bolsonaro o Berlusconi. Y todo ello democráticamente, mediante elecciones, es decir, bajo la consideración legítima de que una parte suficiente de ciudadanos han elegido analfabetismo, cretinez y egoísmo para sus gobernantes. Pero, volviendo al tema de la dificultad de gobernar y hacer política de izquierdas, lo vemos en el partido catalán ERC, que solo es de izquierdas cuando no se ocupa de temas territoriales, defendiendo un nacionalismo, es decir, una ideología de derechas; un ejemplo de lo segundo son las declaraciones de la líder de Unidas Podemos, Ione Belarra, a raíz del ataque y ocupación parcial del ejercito de la Federación rusa por orden del presidente de la Federación, el Sr. Putin, a un ¡Estado soberano! como es Ucrania. Todo lo dicho hasta ahora se pretende que lo sea de forma concisa y, sobre todo, precisa: no he empleado palabras como independentismo, nación, país, conflicto, guerra, porque estas encierran conceptos e ideas imprecisas para el tema que nos ocupa. Y las palabras sobre lo que ha hecho en Ucrania creo responden con precisión: ataque y ocupación parcial, estado soberano. Decía Ortega y Gasset que la claridad es la cortesía del filósofo, pero eso también atañe a los que escribimos -aunque estemos lejos de ser filósofos oficialmente- porque si las palabras anteriores las leyera la señora Belarra y muchos que se supone que son de izquierdas les llevaría a meditar sobre lo hecho en Ucrania: un ¡Estado soberano ataque a otro Estado soberano! bajo diversos y cambiantes pretextos y ocupa parte de su territorio. Y una de esas razones que aduce el Sr. Putin es que en el Donbás hay una mayoría rusófila, es decir, que hablan el ruso, como si eso le diera derecho a tamaña felonía. Con ese argumento Alemania podría reivindicar la anexión de Austria –cosa que hizo Hitler en 1938-, Portugal anexionarse Brasil –o al revés- porque ambos hablan el mismo idioma o España a Hispanoamérica –o al revés también- también por los mismos motivos. Y si se aducen cuestiones de religión o étnicas la cosa es aún más grave porque ello supone apelar a instituciones privadas o a razones racistas para el mismo fin. Ya en otro artículo he rebatido cuestiones como las supuestas amenazas para Rusia de la proximidad a Rusia de algunos países, de pertenecer a la OTAN o de los intereses yanquis en el país de Tolstoi: no puede sentirse amenazado nadie que disponga de 6.000 ojivas nucleares. 

          Pero el tema de este artículo es otro, aunque relacionado y supone una invitación a la gente de izquierdas a leer a Cervantes y no solo El Quijote. Aquí trataré de demostrar que el insigne escritor –el más grande en cualquier lengua- tenía una concepción crítica del Estado mucho más moderna que la que parecen tener muchos políticos de izquierdas, incluida la Sra. Belarra, a la que invito a leer en concreto –no soy muy exigente- tan solo el capítulo XXII de la primera parte de El Quijote –cuando aún solo era hidalgo- y las novelas ejemplares de La Gitanilla, Rinconete y Cortadillo y La española inglesa. Las razones por las que he elegido este capítulo y esas tres novelas de las doce[2] seguras que escribió Cervantes se verá en lo que sigue, pero podría haber elegido otros capítulos e, incluso, alguna otra novela ejemplar cervantina. Pero antes de entrar en lo concreto hay que señalar que, para evaluar la concepción del Estado que tiene Cervantes o cualquier otro escritor o intelectual, se pude hacer de dos formas: bien con una visión historicista –se incluye la historia real y la historia de las ideas-, es decir, con visión diacrónica, o desde una visión meramente filosófica, donde se intente precisar a priori conceptos e ideas como estado, soberanía, nación, país, imperio, etc. que forzosamente ha de tener marchamo ahistórico, sincrónico. Lo mejor es una combinación de ambas, desde luego, si ello no supone relativizar los conceptos, es decir, hacerlo triviales, inoperantes. Estas ideas acerca del Estado arrancan desde luego en Platón (la República) y en Aristóteles (Política), sin menoscabo de que haya precedentes y que el tema aparezca en otras obras de estos mismos filósofos. Luego es Maquiavelo ya en el siglo XV quien en El Príncipe consolida la idea de Estado y soberanía, y de paso la diferencia entre Gobierno y poder. Ya en el capítulo I de su libro nos dice que: “Todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres han sido y son repúblicas o principados”. Por supuesto que la palabra república está más cerca de la idea de país del presente que la de una forma de gobierno, pero aquí lo esencial son las palabras Estado y soberanía. Maquiavelo no arranca definiendo estos conceptos porque da por supuesto que sus posibles destinatarios conocen y han leído las obras de Platón, Aristóteles, incluso a Tomás de Aquino, y saben que Estado se refiere a unos habitantes que habitan en una zona geográfica y que están sometidos y protegidos –según los casos- a unas mismas leyes. Lo que cambian son las formas de gobierno que diríamos hoy como son la monarquía, oligarquía, democracia, etc., conceptos que aparecen en las obras mencionadas. Con sus limitaciones en cuanto a esos ciudadanos a los que afectan las leyes porque de su bondad están excluidos en Platón y Aristóteles esclavos, mujeres y niños. Evidentemente bajo criterios modernos ambos son racistas, machistas y supremacistas, pero juzgarlos con nuestros criterios sería simplemente estúpido porque todos son y somos hijos de un tiempo, incluso los genios. Creo que eso es tan evidente que no debiera la pena perder tiempo en ello. Y desde el hispanismo podemos apelar también a la Escuela de Salamanca, donde se crea y desarrolla el derecho moderno y el análisis económico (arbitristas) también. 

          Y ya vayamos al capítulo XXII de la primera parte de El Quijote y nadie mejor para describir la situación que el genial manco: “Cuenta Cide Hamete Benengeli[3] que… don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres[4] de a caballo y dos de a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos; venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie: los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie con dardos y espadas”. Entonces Sancho Panza, quizá temiendo la reacción de Don Quijote, dice que son “gente forzada del rey, que va a las galeras”, lo cual era peligro sumo. Pero el escudero –no tan fiel a veces como dice el tópico- no evita que el hidalgo al que sirve monte en cólera inmediatamente y diga: “¿Cómo que gente forzada? ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?”. Sancho Panza, que ya lleva algo más de media docena[5] de capítulos conociendo a su amo y tratándole de calmarle le dice que: “No digo eso sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza”. Don Quijote replica algo que parece obvio y es que “van por fuerza y no de su voluntad”, a lo que su escudero, con una sabiduría e inteligencia impropia de un simple labrador de la época, replica que: “Advierta vuestra merced, que es el mismo rey, (que) no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos”. Llegado a este punto hay que aclarar varias cosas. En primer lugar que, aun cuando el escudero no pronuncia la palabra ley, se supone que el castigo no es capricho del rey sino que ¡han sido juzgados y sentenciados en base a una ley!; en segundo lugar que deberemos distinguir siempre entre lo que piensa Cervantes de lo que dice y hace Don Quijote y todos los personajes de sus obras por dos cuestiones distintas: para escapar a las posibles represalias de la Santa Inquisición y por los efectos literarios de su obra, que le permite crear singulares personajes haciendo y opinando cosas impropias de sus oficios y condición. Un ejemplo son el cura y el barbero, que jamás se les ve impartiendo los sacramentos o cortando el pelo respectivamente, es decir, haciendo cosas propias de su oficio. Sería prolijo enumerar siquiera la lista de las fechorías de esos delincuentes, pero nuestro hidalgo considera que es una ocasión para ejercer su oficio que es “desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables”, eligiendo Cervantes precisamente por su ambigüedad la palabra miserable y más en este contexto. Don Quijote carga contra los guardas después de un intercambio de palabras y razones y lo que ocurre se lo dejo a la posible curiosidad del lector. Y ahora toca meditar la diferencia entre el mundo en el que vive mentalmente Don Quijote y el mundo donde acontece la novela: para el hidalgo ¡no existe el Estado! e impera la ley de fuerza!; pero en el mundo real ¡de la propia novela! hay leyes que obligan, jueces que juzgan y policías –guardas, pero también alguaciles y corchetes- que facilitan la ejecución de las sentencias. ¿Y qué opina Cervantes de lo que hacen los personajes que crea en este capítulo de su obra? Pues el alcalaíno es, por encima de todo, un escritor que ha entendido su oficio como nadie, que utiliza la invención para crear personajes singulares, confrontado lo que dicen con lo que hacen y siempre de forma impropia, exagerada, ajena a sus oficios, siempre con afán de sorprender al lector, para que no pueda cerrar el libro o dejar de seer leído en voz alta a otros, creando intriga y suspense como se puede ver en las Novelas Ejemplares y en el Persiles; intriga y suspense que muchos estudiosos de su obra no perciben. Esto debiera ser obvio, pero no lo es si, por ejemplo, traemos a colación nada más y nada menos que a otro gran don Miguel, a Unamuno, en su obra Vida de Don Quijote y Sancho. El escritor vasco recorre capítulo a capítulo la obra de Cervantes y nos dice, a modo de ejemplo, la siguiente barbaridad: “El fin de la justicia es el perdón, y en nuestro tránsito a la vida venidera en las ansias de la agonía, a solas con nuestro Dios, se cumple el misterio del perdón para los hombres todos”. Unamuno retrocede siglos, incluso más que el propio personaje de ficción, y apela a Dios porque Don Quijote habla del Dios cristiano, pero también de la naturaleza como responsable copartícipe del supuesto derecho a la libertad de los galeotes a pesar de sus graves delitos. Y el escritor vasco persiste en su barbaridad a raíz del capítulo comentado diciendo que: “Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno”. Y en cuanto a Cervantes decir que, a pesar de su genio, es hijo de su tiempo y ese arrebato de… luteranismo, es comprensivo, pero no en un escritor español del siglo XX. Ni el fin principal de la justicia es el perdón, ni Cervantes es Don Quijote porque eso imposibilita entender de verdad la intención última de Cervantes. Y es que al mezclar naturaleza y Dios, al concluir que ni siquiera el rey puede impartir justicia –que son las leyes y los jueces de la época- el ateo Cervantes hace una crítica monumental a la religión y a la aplicación de la ley, a sus posibles arbitrariedades, a sus exageraciones, a sus desigualdades[6]. Y, sin embargo, Cervantes no duda de que la libertad ha de ejercitarse desde la soberanía de los Estados y no desde la razón de la fuerza como intenta su héroe Don Quijote. Unamuno, al no distinguir entre creador y personaje creado, desbarra sin posible recuperación. Podemos concluir –independientemente del lado en el que se coloque Cervantes- que el genial escritor enfrenta al régimen feudal donde impera la razón de la fuerza al Estado moderno –de la época- donde ya existe la ley que obliga a todos para que impere la fuerza de la razón, es decir, la ley. Es verdad que no siempre se cumple, bien porque la ley no es igual para todos, bien por los defectos en su aplicación[7], pero en el paso dado media un abismo entre la razón de la fuerza feudal y la fuerza de la razón de la ley de un Estado. Lutero, con su reforma, hundió a lo que hoy es más o menos Alemania en el feudalismo, al igual que hacen los nacionalismos de antes y ahora más allá de que esa no sean sus intenciones. 

          Ahora vamos a enfrentarnos a dos novelas ejemplares donde hay un Estado dentro de un Estado, cuestión que luego matizamos porque eso, dicho así, es una contradicción. Me refiero a La Gitanilla y a Rinconete y Cortadillo. En la primera están los gitanos, con sus códigos y leyes, donde como dice el gitano viejo, el patriarca de los gitanos, que: “Entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio[8]; y cuando le hay en la mujer propia o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo; nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas o amigas; con la misma facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos como si fueran animales nocivos: no hay pariente que las vengue ni parientes ni padres que nos pidan su muerte”. Es posible que Cervantes exagerara algo porque resulta que Preciosa –la gitanilla y personaje principal de la obra- tiene a su vez su propia ética de conducta frente a la moral grupal de los gitanos, interpretada por el gitano viejo. Pero Cervantes ahora quiere mostrarnos lo terrible que es vivir fuera del Estado, donde cada grupo o individuo pueda ejercer su código de conducta frente a los demás, sin leyes escritas, sin juicios, sin posibles defensas, sin graduación del castigo, sin posible retorno a la vida civil una vez cumplida la condena. Es verdad que hay que volver a la misma idea de antes, que Cervantes es un escritor, no es un jurisconsulto, no es un juez, no es un abogado, en lenguaje de la época, no es un corregidor, no es un alguacil, no es un guarda, no es un corchete[9], etc.; Cervantes siempre exagera, pone en un brete a sus personajes, su cinismo es infinito, justifica su obra –véase el prólogo a las Novelas Ejemplares- y luego hace decir y hacer lo contrario a sus personajes y solo con dos intenciones: sortear la censura de la época y crear a sus personajes, porque en la literatura solo desde los extremos, desde el abismo, se crean personajes. Y en el caso de Preciosa es un soberbio personaje, en el que se inspira Víctor Hugo para su Esmeralda en Nuestra Señora de París. 

          Y ahora vayamos a Rinconete y Cortadillo. Nos dice Cervantes que “acaso son dos muchachos de hasta edad de catorce o quince años; el uno ni el otro no pasaban de diecisiete”, dejando el escritor algo indefinida la edad como solía hacer con muchos de sus personajes. Ambos se encontraron “en un día de los calurosos del verano” en la venta del Molinillo” que estaba en “los Campos de la Alcudia” (Ciudad Real). En ese momento sus apellidos son Rincón y Cortado y sus oficios –por llamarlos de alguna manera- son: uno que dice ser hijo de sastre y corta “antiparas… que son medias calzas” -una especie de medias o polainas-, y el otro que es simplemente un tahúr, un echador tramposo de cartas. Ambos intentan sobrevivir merced a su juventud y a sus escasos saberes, son dos pícaros. Tras un formidable diálogo que ambos entablan y que ocupa casi la mitad de la obra, resulta que Rincón –con la complicidad sobrevenida de Cortado- se hace con unos dineros[10] y siguen su caminar hasta recalar en Sevilla, en la plaza de San Salvador y, más concretamente, en el patín de Monipodio, un estrafalario y formidable personaje que crea Cervantes. Este Monipodio es el jefe de una especie de cofradía que ha formado a su gusto y con toda suerte de leyes grupales –moral- que no deja de ser en lenguaje moderno una mafia para el robo, pero un robo en el que sus víctimas no son ni pueden ser el clero o la nobleza. Por ejemplo, uno de los miembros de la cofradía –un mozo- dice que: “En eso de restituir no hay que hablar porque es cosa imposible por la muchas partes en que se divide lo hurtado, llevando cada uno de los ministros y contrayentes[11] la suya; y así el primer hurtador no puede restituir nada; cuanto más que no hay quien nos mande hacer esta diligencia a causa de nunca nos confesamos, y si sacan cartas de excomunión, jamás al tiempo que se leen si no es en los días de jubileo por la ganancia que nos ofrece el concurso de la mucha gente”. Dicho de otra manera, tienen definido a quién pueden robar y como repartirlo, que es lo único problemático porque el robo lo tienen como oficio digno y de provecho, también para el alma. Y el propio Monipodio va desgranando doctrina sobre el robo, sobre a quien hay que tener comprado como son “el procurador que nos defiende, el guro (alguacil) que nos avisa, el verdugo que nos tiene lástima”, etc. Monipodio ha creado un Estado dentro de un Estado, con sus leyes, juicios y castigos para toda su feligresía; de Rinconete y Cortadillo salen como mínimo el Padrino, de Mario Puzo y, parcialmente, el Oliver Twist, de Charles Dickens. ¿Y qué piensa Cervantes de todo esto? Aquí el narrador se muestra más ecléctico, es un creador más contemplativo que juzgador: de Cervantes sale Barug Espinosa y la ejemplaridad de estas dos novelas y de todas es muy sui generis porque el autor, a diferencia de El Quijote, pone el juicio en el lector pero con la advertencia implícita de lo terrible que es para la sociedad los Estados dentro de los Estados; de sus consecuencias, de los comportamientos de los gitanos con sus mujeres que cometen adulterio –por ejemplo- o del parasitismo y despilfarro que es el robo consentido por parte del Estado, que lo anula parcialmente en la medida que las leyes de éste no son para todos en la práctica. Y ello, no solo por la imperfección de la aplicación de la ley, sino por esas minorías –gitanos y cofrades- que viven al margen al menos parcialmente de leyes e instituciones. Esa es la verdadera ejemplaridad que nos propone muy taimadamente Cervantes y no ninguna moralidad especial, como sí hace el protestantismo o el anglicanismo, con una literatura de buenos y malos, de crímenes y venganzas, de dragones y mazmorras (Shakespeare, Las aventuras de Sherlock Holmes, Alicia en el país de las maravillas Tolkien, Harry Potter), frente a la literatura greco-latina e hispánica, que es una literatura como de un paseo por el amor, la amistad y la muerte, aunque no se excluya el crimen y la venganza a veces (Medea, Antígona, Electra, La Celestina, El castigo sin venganza, La hija del aire). 

          Y por último vayamos a la última de las novelas ejemplares que aquí proponemos porque en ella Cervantes da un paso más. Trataré de ser más breve. Diré que ahí ya no trata el genio de esa especie de cajas de matrioskas, de Estados dentro de un Estado y sus nefastas consecuencias, sino de enfrentamiento entre Estados. Es verdad que no se trata en lo que relata la novela de un enfrentamiento belicoso al límite, que solo es un trasfondo, pero este es el telón que mantenían el imperio hispánico y los primeros intentos del imperialismo inglés[12]. También es verdad que la obra –La española inglesa- comienza con el saqueo de Cádiz por los ingleses en julio de 1596 y, en lo que afecta a la novela, sigue con un rapto de una niña de nombre Isabela por el inglés Clotaldo y que se la lleva a la corte inglesa donde reina Isabel I. El caso es que Clotaldo tiene también un hijo que se llama Ricaredo y que, al crecer Isabela, ambos se enamoran y se prometen matrimonio dentro del rito católico, porque su catolicismo lo llevan en secreto en una corte anglicana. Previamente el conde de Leste, que era amigo de los verdaderos padres de Isabela, lanza un bando para su rescate en el que pone “toda su armada”, lo cual suponía en la práctica un enfrentamiento con Inglaterra. El caso es que Ricaredo e Isabela, a pesar de su catolicidad, aceptan servir dentro de los cánones de su nobleza a la reina de Inglaterra. Ricaredo pide a Isabel I que le permita casarse con Isabela porque considera que está –esto es una interpretación mía- en un Estado diferente al de su religión, religión que mantiene oculta. A la reina de Inglaterra, que conoce las prácticas religiosas de los enamorados –pero no amantes-, acepta un futuro matrimonio, pero a condición de que Ricaredo acepte a su vez la capitanía de una nave anglicana comandada por un comandante también anglicano con el fin de atacar ¡cualquier nave católica que se encuentre! El brete, el dilema en el que se encuentra el católico Ricaredo es formidable, pero tras muchas aventuras y enfermedades, ambos enamorados se casan con enorme suspense en Sevilla dado que Ricaredo estaba preso en Argel de los turcos[13]. Todos estos detalles que he dado tienen la intención de mostrar algo que, por ejemplo, el estudioso de esta edición no ha reparado porque la valoración que hace de la obra es meramente literaria; tampoco lo ha entendido Santiago Muñoz Machado que, a pesar de todo, ha escrito una valiosísima biografía de Cervantes. La cuestión política de la obra es cómo Cervantes cambia de tratamiento y de opinión –frente a la que tiene sobre las minorías de las dos novelas anteriores[14]; y trata con enorme sutiliza la relación entre el estado hispánico y el estado inglés sin que la cosa se salga de un punto de lo razonable, dado que la obra comienza con un saqueo y un rapto que hay que pensar que por orden de la reina inglesa o con su beneplácito al menos[15]. La aventura se remata con la vuelta de Ricaredo –convertido en comandante por la muerte del titular inglés de la flotilla- dando parte el español a la reina inglesa de que ha capturado a una flota turquesca donde iban presos católicos españoles ¡a los que ha dejado libres en tierras hispanas! Y la reina Isabel I, que en la vida real salvó el pescuezo porque la llamada Invencible por los ingleses[16] no llevó a buen puerto –nunca mejor dicho- su misión, se muestra complacida con la decisión de su católico capitán. Estamos ya en la Edad Moderna, donde los enfrentamientos se producen entre Estados o entre estos e imperios –como es el caso de la novela- y ahí ya no valen minorías, nacionalismos, caballos de Troya de minorías religiosas, de comunidades ni germanías, porque todo se dilucida entre formas superiores de organización de los pueblos como son Estados e Imperios, sea para bien o para mal. Un caso paradigmático de fracaso por un quítame allá esta nacionalidad, país, pueblo, es la América hispana, donde se vivía mejor que en USA hasta casi entrado el siglo XX, y a estas alturas está saliendo a duras penas de la pobreza y ello con enormes desigualdades entre países y, sobre todo, entre ciudadanos de un mismo país. No fue posible un solo o a lo suma dos ¡Estados! en la América del Sur por sus luchas civiles y los egoísmos burgueses de los San Martín, Bolívar, etc. y el resultado es lo que hay frente a USA, cuyo mérito fue permanecer como Estado, aunque sea con la fórmula de una unión de Estados; una USA engendrada por un imperialismo depredador[17] como ha sido el inglés, pero que las colonias americanas en 1776 supieron zafarse a tiempo de sus garras leoninas con su Declaración de Filadelfia, aunque fuera por meros intereses comerciales. 

          Las Novelas Ejemplares se publicaron en 1613[18], es decir, entre la primera parte de El Quijote (1605) y la segunda (1615), pero no es seguro que su gestación fuera en ese lapso de tiempo y es posible que algunas nacieran de la pluma del genio antes o a la vez que la primera parte del ingenioso hidalgo. Es por ello que el orden de publicación no necesariamente determina la evolución de la concepción del Estado en Cervantes, pero sí que el resultado es una aparente evolución de los materiales publicados que va desde una sociedad feudal sin Estado en la mente del personaje manchego, pasando por los problemas que constituyen las minorías dentro de un Estado si no respetan las leyes del mismo –La Gitanilla y Rinconete y Cortadillo- hasta la necesidad de consolidar los Estados o imperios –La española inglesa- porque solo desde esa fortaleza se dilucidan con las armas a veces su supervivencia. Además Cervantes, a partir de La española inglesa, a los pueblos de zonas geográficas determinadas se les adscriben a Estados e imperios, es decir, a leyes e instituciones que obligan a esos pueblos, los consideremos súbditos o ciudadanos. 

Tanto nuestra izquierda a la izquierda del PSOE[19] como Putin debieran leer a Cervantes aunque por motivos diferentes: a la primera, para que extraiga la lección de que la paz solo es posible cuando los contendientes ambos la desean y que, mientras tanto y por desgracia, hablan las armas ¡de que cada Estado y con el monopolio de la fuerza!; al segundo, que las poblaciones, los pueblos, lo sustantivo es que viven en Estados soberanos, sean cuales sean sus etnias, religiones y lenguas, y que atacar un Estado es un crimen que tarde o temprano deberá pagar, que solo es posible la legitima defensa –como se defendía en la Escuela de Salamanca del barroco- cuando se es atacado realmente. Si los Estados se sienten amenazados por otros Estados lo que han de hacer es procurarse de armas suficientes para la disuasión, para la defensa suficiente. Si todos los Estados llegaran a ese convencimiento, a esa doctrina, la guerra entre Estados sería un imposible, sería la verdadera paz perpetua y no la de Kant. El problema es que, para llegar a esa paz por lo que se ve, los Estados deben de proveerse de la capacidad de disuasión suficiente para su defensa. Y no se puede negociar entre las partes contendientes cuando una parte ha ocupado el territorio de la otra. Lo primero es echar al invasor del territorio configurado como Estado y reconocido por la Asamblea General de las Naciones Unidas –y no por su Consejo de Seguridad- y luego negociar lo humano y lo divino y no cometer el mismo error que los pacifistas de la época, los apaciguadores, que permitieron la anexión de Austria y los Sudetes por Alemania, envalentonando con ello a Hitler y los suyos para que al año siguiente atacara e invadiera Polonia: lo que sobrevino ya todos lo conocemos. 

Y para acabar una modesta recomendación: leer a Cervantes, el genio más grande de la historia de la humanidad, porque leer a Cervantes, hacer deporte y jugar al ajedrez son los mejores antídotos contra los egoísmos de toda laya.

 

 

         

 

 



[1] Siguiendo la máxima de Feuerbach.

[2] Los cervantistas no han conseguido asegurar ni lo contrario que la novela La tía fingida sea de nuestro ilustre escritor.

[3] Cide Hamete Benengeli es el supuesto autor original de la obra que inventa Cervantes por motivos que no vienen a cuento en este contexto.

[4] Tantos como los de la última cena en la mitología judeo-cristiana, lo cual no es una casualidad.

[5] Sancho Panza no aparece hasta el capítulo VII.

[6] Veremos que La Gitanilla no se juzga igual al noble que al plebeyo.

[7] El tonto de Hamlet, el heredero de un reino, aduce como razón para el suicidio las tardanzas de la justicia. Para darse cuenta de que lo que los ingleses llaman Shakespeare es una marca donde conviven varios autores no hay más que leer el contenido de la obra -dejando la emoción solo en la respiración- para darse cuenta que nada tiene que ver su famoso monólogo con lo que ocurre en la obra. Está puesto aparte, de pegote.

[8] Estas solas palabras ya son para meditar.

[9] Para ver los aspectos jurídicos que están en El Quijote tenemos un formidable libro para este fin –no tanto para la interpretación de la novela- que es la obra Cervantes, del director actual de la RAE Santiago Muñoz Machado, dado que sus estudios es la jurisprudencia y es especialista en Derecho Administrativo.

[10] Esta novela, a diferencia de la mayoría de ellas, apenas tiene trama y este robo y sus consecuencias es la parte importante de ella, porque Cervantes se centra en la creación de tres personajes como son Rincón, Cortado y Monipodio. Es como si el autor quisiera hacer descansar al lector de tanto ir y venir, de tantas aventuras de los personajes de La amante liberal, que es la novela ejemplar que precede a esta en su edición original de Novelas Ejemplares.

[11] En la nota de pie de página en la edición de Clásicos Castalia a cargo de Juan Bautista Avalle-Arce que estoy utilizando se nos dice que es: “chusca yuxtaposición, como si se tratase de matrimonios y no de robo”.

[12] Recojo la distinción entre imperio e imperialismo siguiendo la línea en este punto de la escuela de filosofía de Oviedo, comandaba hasta su muerte no muy lejana Gustavo Bueno y con los libros en la mano de Elvira Roca y de Marcelo Gullo.

[13] Al igual que estuvo cinco años el propio Cervantes.

[14] Recordemos cómo comienza la Gitanilla, que es además la novela que encabeza la edición primera: “Parece que los gitanos y gitanas nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, criánse con ladrones, estudian para ladrones, …”.

[15] Hacía ya algunos años lo de la Invencible.

[16] En la monarquía hispánica se llamaba la Felicísima Armada.

[17] Si alguien tiene duda de lo que ha sido el imperialismo inglés léase la obra de Marcelo Gullo Nada por lo que pedir perdón, páginas 181 a 186 en la Editorial Planeta, 2022. De momento no hay otra que yo sepa pero seguro que vendrán más ediciones.

[18] Las había acabado en 1612 según nos relata el estudioso Juan Bautista Avalle-Arce.

[19] No digo que los militantes del PSOE no deban leer a Cervantes como cualquier hablante del español, porque renunciar a su lectura es perderse una de las experiencias más sabrosas para el intelecto que imaginarse puede. Ocurre que considero que el PSOE, como partido de Gobierno o aspirante perpetuo a él, tiene obligaciones añadidas que le impiden detenerse en la reflexión, lo cual siempre es para mal.

miércoles, 8 de febrero de 2023

EN HOMENAJE A LUIGI L. PASINETTI

 


Antonio Mora Plaza

 "Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado para CC.OO. Seis libros publicados, cuatro de ellos de análisis económico y dos de literatura. Autor, además, de numerosos artículos de economía publicados en revistas especializadas. Colaborador habitual en la revista digital Nueva Tribuna". 

                 Recibía en estos días de la Universidad de Roma (3) la noticia de la muerte de uno de los más importantes economistas de la segunda mitad del siglo XX y de lo que llevamos de este XXI. Sé que la mayoría –por no decir todos– de los que lean estas líneas no sabrán quién ha sido Pasinetti, pero eso no tendría mayor importancia si no fuera por dos cosas de menor a mayor importancia: que la mayoría de los economistas actuales tampoco saben quién fue este economista italiano, al igual que tampoco sabrán quién fue Garegnani, también fallecido no hace mucho; y lo segundo es que los dos mencionados junto con otros economistas de la escuela italiana –M. Nuti, A. Bhaduri, Spaventa, etc.- con sus maestros J. Robinson, N. Kaldor, J. M. Keynes, M. Dobb, M. Kalecki, etc. revolucionaron intelectualmente y pusieron en solfa la teoría del capital neoclásica, sus fundamentos, y con ello, toda la microeconomía que, a pesar de todo y para vergüenza de las enseñanzas universitarias actuales y de los profesores, aún se enseña en estos centros como si nada hubiera pasado, como si el Cambridge inglés no hubiera tenido lugar. También y sobre todo lo hizo el más grande y genial de todos los tiempos: Piero Sraffa, pero este economista merece capítulo aparte. Todo esto sucedió a comienzos de los años 50 del siglo pasado. ¿Y qué importancia tiene esto? ¿No se tratará acaso de una mera discusión académica de economistas ociosos y satisfechos fabricando currículos? La respuesta, por insólita que le parezca al posible lector, es que, detrás de esto, se haya la vigencia o no de un tipo de análisis (económico) del cual se deriva (o se puede derivar) una política económica de la cual depende –según su sentido o, incluso, su ausencia– a su vez la suerte de millones de personas, de su posibles o no empleos, de sus salarios, de sus medios de vida. No se trata, pues, de la moda de algunos istmos artísticos, de corrientes filosóficas más o menos de moda, de esas corrientes culturales que son flor de un día y que tan aficionado es el mundo anglo-yanqui, galo o germánico, que venden al mundo con ese complejo de inferioridad que les caracteriza respecto al pasado –y que está en el presente– del mundo clásico griego, de la explosión del Renacimiento italiano o del barroco hispánico y el hispanismo actual[1] (el español es la segunda lengua nativa más hablada y la segunda aprendida en el mundo). Y digo bien porque cualquier supremacismo denota, en sí mismo, un complejo de inferioridad cultural, aunque solo sea respecto al pasado. 

          Sin entrar en estos últimos temas mencionados digamos que –al igual que en un cuento o novela– todo comenzó en 1953 cuando Jean Robinson desde el Cambridge inglés se preguntaba qué es el capital y ponía negro sobre blanco la cuestión: “¿Debe valuarse el capital de acuerdo con su capacidad de proporcionar ingresos en el futuro o por sus costes en el pasado?”[2] Y es que eso del capital traía de cabeza a los economistas neoclásicos por algo que diré más tarde. Y eso es una herencia de A. Marshall, el economista maestro de economistas de comienzos del siglo XX, que en su libro Principios de Economía no fue capaz de definir qué es el capital y, cuando trata de ello, remite la cosa a Adam Smith, un economista que publicó su libro capital[3] en 1776, el mismo año que la Declaración de Filadelfia. Y el problema para los neoclásicos es que sin una teoría coherente y acertada de lo que es el capital y su relación con su retribución –esta es la verdadera cuestión, el problema– todo lo que era el análisis económico de entonces –la microeconomía actual– se venía abajo, era pura filfa, una estafa, que daba lugar a una teoría que permitía justificar que las leyes del mercado dan lugar al mejor de los mundos posibles, un Pangloss económico. Para ello los neoclásicos otorgaron –en sentido literal, es decir, gratuitamente– a los políticos un modelo que permitía intelectualmente: primero, separar el capital como medios de producción (en un primer momento) del trabajo; segundo, hacer creer que el capital y el trabajo ¡por separado tienes sus propias productividades!; tercero, que derivado de lo anterior, también tenían o deberían tener sus propias retribuciones en base a ¡supuestas productividades marginales por separado!, una entelequia, un absurdo, algo que debiera dar vergüenza a quien lo defiende, lo explica o vive de ello explicando o asesorando a gobiernos, empresas, instituciones, etc., y cuarto, que todo lo anterior llevaba a construir un modelo-justificación de una función de producción que mantenía una relación monótona decreciente entre capital[4] y su ¿correspondiente? tasa de beneficio. No me resisto a traer aquí las palabras de Alfredo Monza en su texto introductorio al libro de recopilación de artículos de la época[5]: “La discusión giró[6] en torno a la parábola neoclásica que sostiene que el crecimiento del capital por hombre ocupado se corresponde con una tasa de beneficio decreciente en ausencia de progreso técnico”. A raíz del artículo mencionado de Jean Robinson, Paul Samuelson invitó al mencionado instituto a la economista inglesa a defender sus puntos de vista. A partir de ahí se sucedieron artículos en diversos medios americanos e ingleses de Kaldor, la propia Robinson, Pasinetti, Garegnani, Bhaduri, Nuti, Dobb, Harcourt, etc., defendiendo la tesis de que esa relación decreciente mencionada era insostenible, que carecía de coherencia interna, que era una pura construcción matemática sin fundamento en la realidad. Entre bambalinas estaba siempre como observador en la distancia Piero Sraffa, que con su libro Producción de mercancías por medio de mercancías dotaba de basamento intelectual a todas estas críticas, aunque no solo ni estaba solo. Así, por ejemplo y trayendo a colación aquí al economista recientemente fallecido L. Pasinetti, escribió en 1969 un artículo[7] en la revista (periódico económico) Economic Journal donde demostraba que se podía dar un fenómeno en la vida real empresarial llamado de retorno de las técnicas, que consistía en que unos medios de producción y unos medios de trabajo (trabajadores) podían dar lugar a unas ganancias; que posteriormente podría ocurrir que, al aumentar la relación de estos medios en relación al trabajo empleado (nuevos medios, más instalaciones) supusieran menos ganancias (visión neoclásica), pero que, aún más tarde, podría darse la vuelta a la tortilla haciendo que ¡la tasa de ganancia aumentara a pesar de que también aumentara los medios empleados en relación al trabajo incorporado! Todo ello suponía un desastre para el modelo-justificación neoclásico del capital. Y, además de todo ello y aunque en este artículo no se menciona, estaba siempre la crítica de Jean Robinson de cómo se medía el capital para construir ese modelo decreciente entre la relación capital/trabajo y su retribución (ganancia, beneficio). Y desde esas bambalinas mencionadas –desde las que observaba sardónicamente Sraffa– estaba la cuestión de que el economista italiano había construido un modelo simplificado de la realidad –pero mucho más realista que todos los modelos neoclásicos– que permitía aventurar el retorno de las técnicas. Lo aterrador para los neoclásicos del modelo esrafiano era los supuestos tan sencillos y de sentido común de los que partía y que parecían irrefutables. Los diré simplificadamente: Sraffa modeliza su obra partiendo de un modelo desagregado para tipos de bienes y servicios producidos[8], considera que los precios los forman las empresas de todos los niveles añadiendo un margen de ganancia sobre los costes y, por último y más importante, que el capital (como conjunto de medios de producción en cada momento) es trabajo fechado, es decir, que esos medios han sido producidos con otros medios y trabajo en el próximo pasado y que, a su vez, esos medios del próximo pasado también se deben al trabajo y otros medios, y así ad infinitum. Aquí no hay problema de valoraciones –que obliga a sumar churras con merinas mediante los precios– del capital, no se parte de supuestas productividades marginales (lo marginal no es relevante aunque lo sea la productividad) y las retribuciones no dependen de esas productividades. Sraffa no dice cómo se reparte el excedente –diferencia entre el monto total del valor de bienes producidos y medios empleados–, pero cabe suponer que es la relación de fuerza entre detentadores de los medios de producción y los trabajadores directos lo que determinan la distribución o reparto del excedente. Claro está que esto era demasiado revolucionario (intelectualmente) como para que fuera admitido por las corrientes neoclásicas –especialmente la austríaca–, lo que llevó a la postergación de los estudios universitarios de economía de la obra de Sraffa[9]. Pasinetti jugó un papel importante en la crítica a la teoría del capital neoclásica al poner ejemplos concretos de casos de retorno de las técnicas. Es decir, frente al modelo ideológico neoliberal del capital se aportaba crítica consistente y alternativa teorética. Samuelson (también Solow, Clark, Meade) intentó por todos los medios volcar la situación al modelo neoclásico con su función sustituta de producción[10], pero al final tuvo que claudicar ante las críticas de los europeos, principalmente ingleses de Cambridge e italianos. No por ello se amedrentó Samuelson y escribió un manual de economía que vino a sustituir al de Marshall –infinitamente mejor este– que pasaba por alto todas esas críticas, manual de introducción pero donde aprendieron economía –análisis económico– economistas que luego asesoraban empresas, a políticos, instituciones nacionales e internacionales, profesores, trasladando el error analítico a la política económica, defendiendo que la mejor política económica es la de no hacer nada desde lo público porque el mercado resolvería los problemas, que eso ya lo decía Paul Samuelson. Aunque para ser justos con el gran economista norteamericano, eso era una interpretación absolutamente sesgada porque Samuelson era defensor de la llamada economía mixta, donde lo público –desde los presupuetos del Estado– juega o debe jugar un papel más activo que el que le asignaba el viejo Adam Smith allá por 1776 cuando apenas había comenzado la llamada revolución industrial en Manchester (Inglaterra). 

          Y como este artículo es un homenaje a L. Pasinetti, también quiero resaltar su visión sobre el keynesianismo, porque en su trabajo sobre la teoría de la demanda efectiva[11] denuncia con mucho acierto la tergiversación dada a la obra de Keynes de 1936[12], convirtiendo su modelo en uno de equilibrio general al modo de la obra de Walras a pesar de sus enormes diferencias. Para Keynes –según la interpretación de Pasinetti– la cosa se inicia en el mercado monetario con los empresarios evaluando los proyectos de inversión y sus hipotéticas ganancias en comparación con los tipos de interés monetarios dados de tal manera que, dadas estas evaluaciones, ambos (tasa esperada de ganancia y tipos monetarios) determinan la inversión y, como consecuencia de ello, queda determinado los niveles de producción para una demanda inicial de los bienes de consumo dados. El empleo será una consecuencia del aumento de producción en un período si este depende del consumo anterior en el caso de que se mantengan los proyectos de inversión privados. Estamos, en todo caso, en un proceso dinámico de crecimiento nada evidente si se establece un mero equilibrio entre rentas, productos y consumos (bienes de consumo y de inversión). Por ello, a partir de la década de los ochenta del siglo pasado, los neoliberales pudieron pasar al ataque arguyendo que todos los efectos multiplicadores de la producción y rentas derivados de aumentos de la inversión y gastos públicos se verían mermados por la consiguiente disminución de la producción a consecuencia de disminuciones paralelas e iguales de la inversión y gastos privados. En definitiva vale entonces el aforismo de que el gato, sea blanco negro, lo que importa es que cace ratones: da igual el origen de la inversión y el gasto, sea público o privado, si la suma de ambos permanece constante. Muy diferente es la dinámica si la cosa se inicia en la inversión privada –como se deduce de la crítica de Pasinetti del modelo keynesiano adulterado– mediante evaluación de los proyectos de inversión independientemente de otras variables (sin causa) salvo la de los tipos monetarios (por comparación entre tipos monetarios y rentabilidades esperadas). Entonces y solo entonces puede darse una política monetaria expansiva que deprima los tipos de interés monetarios, ¡lo cual incentivará los proyectos de inversión privados independientemente del gasto e inversión pública! Y, sin embargo y no por casualidad, lo que ha prevalecido en los manuales es la versión adulterada del equilibrio, aunque paliada por el multiplicador de la renta a consecuencia de los posibles aumentos de la demanda (inversión y gasto, sea público o privado)[13].

          Antes de seguir sobre algunos aportes de Pasinetti al análisis económico querría hacer un alto y una reflexión sobre la importancia o no, sobre la oportunidad o no de los intelectuales, filósofos y las “teorías” en el devenir. En concreto es menester señalar la importancia y necesidad de tener una alternativa distinta a la ideológica dominante cuando sobrevienen las crisis, porque solo en ese momento puede operar una revolución… intelectual como la que ha sucedido temporalmente entre la crisis del 2007/8 y la del covid de hace tres años. En la anterior la ideología económica dominante en un plano meramente intelectual era el neoliberalismo, aunque luego, ante crisis parciales y/o coyunturales fueran los empresarios de empresas importantes, monopolios, oligopolios, los que traicionaran esos principios ideológicos del solo mercado (neoliberalismo) y pidieran ayuda al Estado, es decir, a nuestros impuestos. Pero si son solo problemas coyunturales la ideología dominante no es derrotado y vuelve por sus derroteros –valga la homofonía– para, una vez recibidas las ayudas, se defienda de nuevo el solo mercado, es decir, el despido libre y sin contraprestación de los asalariados. Ahora bien, si la crisis es de envergadura y se pone en cuestión la ideología dominante por los que debieran defenderla para no caer en la contradicción de pedir a la mano del político las ayudas y escupirle al mismo tiempo pidiendo, por ejemplo, el despido libre con costes cero, entonces y solo entonces tiene una oportunidad la sustitución de un paradigma –en este caso concreto de la historia el neoliberal– por uno nuevo porque no se puede gobernar en las cosas comunes –las políticas– sin una guía que, al menos, justifique el cambio obligado de paradigma. El caso que nos ocupa a raíz del covid fue la sustitución del neoliberalismo intelectual –el práctico, el empresarial ya hemos apuntado que era cínico e interesado- por una suerte de intervencionismo coyuntural pero inevitablemente… ¡keynesiano! Pero ello ha sido posible porque ¡ya existía ese paradigma en una fase de desarrollo intelectual y operativo! justo a tiempo para ser llevado a los boletines oficiales de los estados del mundo occidental y, en gran medida, en otras partes del mundo. 

          Ello explica determinadas intrusiones o incursiones en el mundo de la filosofía y lo teorético por individuos que no parecían los más adecuados, los mejores preparados para estas tareas y sí para otras. Necesidad obliga. Quizás el caso más notable sea el de Lenin cuando en los albores del siglo XX escribe y publica Materialismo y empiriocriticismo, abordando un tema tan filosófico como el de la confrontación entre materialismo e idealismo. Para Lenin las interpretaciones materialistas de Mach y Avenarius no eran las más adecuadas para hacer avanzar la concepción del materialismo dialéctico de Marx y Engels, lo cual explica la intervención del revolucionario ruso en una materia para la que no tenía la mejor preparación. También fue notable la intervención del keynesianismo y su oportunidad en la crisis del año 29 del siglo pasado. Recordemos que el libro de Keynes que aquí se ha mencionado se publica en 1936, lo cual da un bárbaro mérito al presidente de USA F. D. Roosevelt en implantar una política llamemos… keynesiana sin manual previo. Sin embargo fue precisamente este instrumental lo que ayudó a proseguir en Europa la obra del presidente americano con el Plan Marshall por más que USA fuera el primer interesado en llevarlo a cabo para activar la demanda de productos americanos desde la Europa en reconstrucción. Pero sin el manual keynesiano se hubieran dado –en el mejor de los casos– los titubeos, contradicciones y pasos atrás de Rooselvet durante un quinquenio. Casos más concretos de intervenciones intelectuales por gente no tan preparada aunque de forma oportunista –u oportuna, según se mire– fue el de Santiago Carrillo publicando Eurocomunismo y Estado, dando cuerpo de naturaleza del eurocomunismo al partido que presidía. Antes lo hizo Enrico Berlinguer en Italia, por ejemplo, con sus intervenciones sobre la austeridad entendida, eso sí, de forma diferente a como lo entiende el neoliberalismo, entendiéndola como una necesidad coyuntural. Los ejemplos se pueden multiplicar. De ahí la importancia de estar pertrechados de esquemas intelectuales operativos alternativos en los momentos oportunos y no de meras alternativas ideológicas que carezcan de esa operatividad. Y ahora volvemos con Pasinetti. 

          También logró aclarar Pasinetti el modelo ricardiano de las rentas de la tierra mediante un modelo matemático[14]. Como se sabe David Ricardo analizó en sus Principios de Economía que las rentas derivadas de la producción agrícola se repartían entre las pagadas a los campesinos que labraban la tierra, las pagadas a los capitalistas que supuestamente invertían en ellas en medios y materias primas y la de los propietarios. Pero Ricardo decía que el precio, por ejemplo del trigo, no dependía de los costes de cosecha, recolección y transporte a los consumidores sino que era al revés, que era el precio del trigo –determinado en los mercados– lo que determinaba la producción y, también, las tierras que entraban en la cosecha. Y dado que las tierras tenían y tienen diferente fertilidad natural –esta es la clave–, es decir, que con un mismo abono podían dar cantidades diferentes de trigo, las tierras mejores producían una renta no ganada –no justificada– por los propietarios de esas tierras. Pasinetti modelizó y dinamizó todas estas ideas de manera incontestable y pasó a la historia del análisis económico. Eso sí, de nuevo los neoliberales intervinieron de dos maneras: procuraron obviar las sutilezas del análisis ricardiano y, sobre todo, generalizaron el modelo a la producción invirtiendo los resultados: para los neoliberales el modelo generalizado suponía rendimientos decrecientes a partir de un cierto nivel de producción –en todos los sectores de la economía–, dando lugar a curvas de costes muy convenientes en forma de u para llevarnos al paraíso del equilibrio general, al Pangloss mencionado, donde no se concibe ni el paro ni la crisis. El problema para los neoliberales es que la historia desmiente continuamente sus hipótesis de partida y sus consecuencias teóricas de llegada, y luego son los propios empresarios los que lanzan súplicas o críticas –depende de cada caso– a los poderes públicos para que, con nuestros impuestos, les arreglen o palien el estado de cosas. 

          Son muchas más las intervenciones de Pasinetti en diferentes campos del análisis económico pero aquí solo se ha elegido tres intentando profundizar en alguna medida en ellas. Por ello es una injusticia y una vergüenza para la academia de los Nobel que Luigi L. Pasinetti no haya sido distinguido con ese honor. Aunque bien pensado, los que han quedado en evidencia son el Banco de Suecia y la Real Academia de Ciencias de Suecia, siendo esta última quien decide el premio cada año.

 

          

         

 

 



[1] Léase el libro de Gustavo Bueno España frente a Europa. Un caso notable donde se atisba ese complejo de inferioridad que puede sorprender al lector acostumbrado a flagelarse con complejos de inferioridad es el de Goethe en la segunda parte de su Fausto. Ahí intenta el teutón presentar a su Germania como la heredera del mundo griego, captando como personaje, por ejemplo, a Helena y otros mitos helenos. Sin embargo el final de la obra supone la aceptación del autor del imposible de considerar a su Germania heredera de la tierra de Homero, Aristóteles, Platón, Sófocles, Euclides o Arquímedes. Alemania quedó devastada por el luteralismo y nunca pudo tener un renacimiento como el italiano ni un barroco como el hispánico. Veamos fechas: la Divina Comedia, 1304/1321; El Quijote, 1605/15; Fausto, 1808/32. Entre la obra de Dante y la de Goethe median ¡cinco siglos! Y ya si comparamos las aportaciones a la ciencia política del italiano Maquiavelo o Suárez (escuela de Salamanca) con la de Lutero la cosa es para llorar. Y un dato económico: Alemania tarda un siglo en superar al Reino Unido su PIB cuando por su situación geográfica lo tenía todo a su favor.

[2] The Poduction Function and the Theory of Capital, 1953/54.

[3] Una investigación sobre la causa de la riqueza de las naciones.

[4] Se construía la función como la relación entre ganancia y el cociente entre el capital y el trabajo.

[5] Teoría del capital y la distribución (no aparece la fecha de edición en el libro).

[6] Se refiere al Cambridge inglés y al Massachussets Institute of Technology americano.

[7] Switches of Technique and “Rate of Return” in Capital Theory. El artículo del italiano se dirige directamente contra la tasa de retorno elaborada por I. Fisher, pero supone también la destrucción de la función sustituta de Samuelson y los análisis de Solow.

[8] Sraffa se atiene a lo que llama mercancías, que son tanto los medios de producción como los de consumo, pero que es fácilmente generalizable a lo que los economistas llaman hoy día bienes y servicios. Matemáticamente Sraffa construye una matriz, es decir, un cuadro de doble entrada, donde las filas son las mercancías y las columnas son los procesos de producción. Este hecho recuerda al de Heisenberg utilizando matrices para la mecánica cuántica en lugar de la ecuación diferencial que postuló Schrödinger: las mismas matemáticas para problemas diferentes.

[9] Al menos en el mundo hispánico por lo que yo conozco. Parece diferente lo ocurrido en Italia y quizá por el hecho de que Sraffa sea italiano.

[10] Parable and realismo in Capital Theory: The surrogate Production Function, 1961.

[11] Recogido en su libro Growth and Income Distribution. Essays in Economic Theory, 1974.

[12] The General Theory of Emplo, Employement and Money.

[13] Pero un multiplicador a expensas y a consecuencia solo del gasto e inversión es lo que permite el ataque neoliberal con solo suponer que el monto total está dado debido a que los posibles aumentos del gasto e inversión públicas se ven contrarrestados exactamente por las disminuciones privadas a consecuencia de la necesidad de la financiación de lo público mediante impuestos, impuestos que van a contener estos posibles gastos e inversión privados. Da igual que lo hechos hayan desmentido todo esto como se ha visto en la crisis iniciada con el covid, donde gracias al gasto y las ayudas públicas de la mayor parte de los países occidentales se ha salvado la crisis en mucha mejor medida que la iniciada en el 2007/8 con políticas neoliberales de ¡no hacer nada! por el lado de la inversión pública pero sí con esas ayudas millonarias para bancos y empresas en crisis. La ideología neoliberal –en general conservadora es inmune a los hechos.

[14] Una formulación matemática del modelo ricardiano, publicado en inglés en 1960. Pero no solo fue una mera matematización del modelo porque Pasinetti le añadió condiciones de estabilidad a pesar de su visión dinámica. Un notable trabajo.