jueves, 30 de junio de 2022

CARTA A YOLANDA DE UN BANCARIO, ECONOMISTA Y JUBILADO


Antonio Mora Plaza

         

         

 "Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado para CC.OO. Cinco libros publicados, cuatro de ellos de análisis económico y uno de literatura. Autor, además, de numerosos artículos de economía publicados en revistas especializadas. Colaborador habitual en la revista digital Nueva Tribuna".

 

 

Estimada Yolanda: 

          Tienes que saber que desde tu actividad parlamentaria, con aquello de que “le voy a dar un dato” –normalmente referido a Teodoro García, del PP–, más los ERTES, cuyo padre será el Gobierno de coalición pero tu eres madre y madrina, más tu pasado de activista como abogada laboralista, te has convertido en la esperanza de la izquierda; más aún, en la esperanza de la democracia por lo que luego diré. La historia, la historia con letra grande y la microhistoria unamuniana o, si lo prefieres, la circunstancia orteguiana, te ha colocado en un lugar quizá no tan buscado por ti –¿o sí?– pero ineludible. Eso ocurre a veces y, por no salir de España, le ocurrió a Adolfo Suárez o a Felipe González tras el intento de golpe de Estado de Tejero, que se encontraron con tareas no previstas o previstas de otra manera. En un artículo anterior te llamé la “esperanza granate” y creo que iría muy bien ese color para tu futura formación, de la que luego también hablaré. 

          Nada de venirse abajo por las elecciones andaluzas. La derecha mediática, mentirosa y engañadora en general, ha exagerado los resultados, sobre todo porque ha cometido el error interesado de analizar escaños en lugar de votos y ya sabemos –menos los periodistas del ABC, La Razón y El Mundo- que la ley D´Hondt y el tamaño de la circunscripciones lo deforman. Es verdad que el PP ha aumentado los votos en 832.000, pero es que Ciudadanos se ha dejado 540.000. El PSOE por su parte aminoró en 127.000 votos, algo recuperable si hace aún más políticas de izquierdas, decididamente de izquierdas en lo económico en el futuro próximo. Las elecciones en Andalucía tienen dos problemas para la izquierda: la abstención y la división de la izquierda a la izquierda del partido socialista. Los resultados de Adelante Andalucía y Por Andalucía son un ejemplo de lo nefasto de tal división. No son los únicos problemas, pero estos están en las manos de la izquierda y creo que está en tu circunstancia orteguiana cambiarlo o, al menos, de intentarlo con todas las fuerzas. Sé que la tarea es hercúlea y depende mucho de mandar a la freidora egos y machos-alfas, propios –si los hubiera– y ajenos, pero es posible. ¡Solo debe haber un partido de izquierdas a la izquierda del PSOE!, porque si hay más de uno, ambos, o al menos uno de ellos, no será de izquierdas porque servirá a la causa de la derecha diga lo que diga su programa electoral. 

          La claridad de las intenciones sirve para despejar la niebla de las dificultades. Y lo primero a aclarar es la posición respecto al PSOE de ese partido, organización o movimiento que concurra de tu mano a las urnas en el 2023. Por cierto, ese es el plazo y la tarea inmediata: que el conjunto de la izquierda gane esas elecciones y frenar posibles políticas de extrema derecha en el terreno de los derechos libertades, peligro que se dará si el PP ganara las elecciones por más sorprendente que ello pueda parecer. Este partido, heredero del franquismo, ha entrado en la lógica de la gobernabilidad a toda costa y eso le llevará a hacer políticas de extrema derecha para evitar tener que depender electoralmente de Vox y, eso, puede poner en peligro la propia democracia. Ya está en ello en cosas como la memoria histórica, los derechos lgtbi, aborto, etc., por no hablar de la destrucción del Estado de Bienestar mediante privatizaciones y ausencia de presupuestos en muchos aspectos de lo público. Y, en este siglo XXI, sin Estado de Bienestar consolidado no hay democracia, solo elecciones libres en el mejor de los casos. De momento el adversario a batir es el PP y no Vox. 

Para abordar y abortar estos intentos la formación que tú lideres debe resolver, decía, la relación con el PSOE, partido ineludible por pura sociología electoral para la renovación del Gobierno de coalición. Esta relación debe nadar entre dos orillas igualmente peligrosas. Por un lado deber marcar territorio propio, con ideas y programas solventes que el PSOE no es capaz de abordar o los aborda con miedo y limitadamente: una reforma fiscal que haga pagar definitivamente más al que más tiene, evitar que las Autonomías de derechas practiquen el dumping fiscal, hacer pagar a los bancos –el sistema financiero en general– las inmensas ayudas recibidas en el pasado desde nuestros impuestos, luchar con el fraude fiscal, contra el fraude laboral empresarial en la contratación, construir una ley de la memoria histórica aunque ello suponga perder votos, abordar mediante multitud de medidas desde el lado de los ingresos y de los gastos públicos la lucha contra la enorme desigualdad, dotar de un mínimo vital suficiente a todos los ciudadanos que viven en nuestro país, etc. La tarea es titánica, lo sé. Enfrente tienes a los poderes fácticos: los grandes empresarios, la Iglesia, los asalariados y pensionistas que votan o se abstienen a los partidos que les quitó los convenios y que solo les subió las pensiones un 0,15% durante 4 años, a la mayoría de los medios de comunicación, a muchos ciudadanos que buscan el privilegio en lugar de alimentar la solidaridad, etc. Pero tú puedes tener el poder fáctico más importante de una democracia: el BOE. Sé que esta afirmación te puede sorprender porque vienes de un mundo que cree que el motor de la historia es la lucha de clases, pero eso es, desgraciadamente, una falacia: la historia así lo ha demostrado. Y hoy día aún es más falso cuando casi la mitad de los asalariados –¿donde está la supuesta clase obrera revolucionaria?– votan a la derecha y a la extrema derecha. Es verdad que una huelga general puede cambiar muchos cosas; incluso una huelga parcial, local, de una gran empresa, lo cual es para congratularse, pero con eso solo no cambiamos el país en un sentido más justo, con eso solo no aseguramos lo público, ni aseguramos un mínimo vital para los más necesitados, no paliamos la desigualdad. ¡Ojalá estuviera equivocado!, pero me temo que no lo estoy. Pero no se me olvida el hilo de lo que decía, es decir, de la relación de tu posible formación con el PSOE: ideas propias, críticas al PSOE cuando se piense que se lo merece, pero no al extremo de favorecer a la derecha, de poner en peligro un posible gobierno de izquierdas, cosa que pasó con Podemos en el 2019 que, de la mano de Pablo Iglesias, obligó al PSOE a convocar nuevas elecciones y estuvimos a punto la izquierda –y, por ende, la democracia– de perder las elecciones. Estas son las dos orillas, difíciles de navegar en ellas porque en ambos lados el agua se precipita hacia la derecha, aunque eso resulte paradójico geográficamente. 

          ¿Cómo deber ser esa formación granate que te acompañe a un gobierno de coalición con el PSOE en el 2023? Es esa otra tarea hercúlea porque sin organización y sin un mínimo de implantación en la sociedad es muy difícil ganar elecciones. La razón de ello es porque, para ello, debemos poner ante el espejo a asalariados, pensionistas y, por ejemplo, a mujeres, cuando votan o se abstienen contra sus intereses económicos y, en este último caso, contra sus derechos como ciudadanas; ha de extenderse esa alternativa como una mancha de aceite, con una sociología militante de izquierdas como instrumento, que se dirija a los ciudadanos, a todos, pero especialmente a los que votan a la derecha en el barrio, en el bar, a la salida de los colegios, en el mercado, entre los vecinos, de forma espontánea, sin más intención que el ángel de la razón combata al dragón de las tripas de los ciudadanos.  Parece ineludible contar con Unidas Podemos, pero para ello este partido debe ponerse a tus órdenes –exagero en la expresión–, para ello este partido debe cambiar y dejar sus tics pequeño-burgueses que ha tenido de la mano de Iglesias. Difícil pero quizá no imposible. Tienes un ejemplo en Mélenchon en Francia, pero lo conseguido por el francés probablemente no será suficiente en España. En Colombia con Petro tienes otro. Más que ejemplos son analogías, pero son instructivas. En todo caso tu formación no puede ser solo un partido de notables o universitarios metidos en la política sino que debe incardinarse en la sociedad desde los pueblos y ciudades, movimientos vecinales, sindicatos, etc., pero con la visión de conjunto y no solo de aquello de “que hay de los mío”, por justo y necesario que sea. Creo que me explico. Para tener esto acabado no tienes tiempo pero sí para su gestación. 

          Hay tareas pendientes ineludibles que el PSOE por sí solo no las va a abordar o las abordará timoratamente, parcialmente, pero que con el empuje de una formación a su izquierda, que haga propuestas posibles pero sin complejos, podrá acabar todo ello en el BOE. Lo hemos visto con la reforma laboral, que al final fue reforma y no derogación, con la ley mordaza, con las fechorías del de-mérito anterior Jefe del Estado, con el CGPJ y el Tribunal Constitucional, con temas fiscales que permiten a las Comunidades bonificar o exonerar de imposición en los impuestos cedidos o compartidos, en la falta de iniciativas para que los bancos paguen en el impuestos de sociedades las decenas de miles de millones de ayudas que se le dieron en su momento, en las insuficientes medidas y –en mi opinión parcialmente equivocadas– contra los precios de la energía, en la ya mencionada e insuficiente ley de la memoria histórica, etc. Tajo hay, tajo de izquierdas pero posible, plausible, contando con nuestros presupuestos, pero ensanchándolos para mejorar el aún insuficiente y deficiente Estado de Bienestar. Y no deja de ser un problema que la parte del león de este Estado esté en manos de la derecha, porque eso da opción a la privatización continua de lo público en educación, sanidad y dependencia. 

          Mucha tarea, Yolanda, y hay que hacerlo con inteligencia y con diligencia, y tú has demostrado tener la primera y mentalidad para la segunda. Muchos confiamos en ti como líder, pero no en solitario, buscando la complicidad de otros pero sin plegarse a egos y protagonismos que agüen el proyecto. ¡Ánimo, Yolanda, que en el 2023 –o 2024– te queremos ver de nuevo de vicepresidenta como mínimo!


martes, 21 de junio de 2022

ANDALUCÍA: ELECCIONES, ESTADO AUTONÓMICO Y FISCALIDAD

 


 

Antonio Mora Plaza

 


 "Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado para CC.OO. Cinco libros publicados, cuatro de ellos de análisis económico y uno de literatura. Autor, además, de numerosos artículos de economía publicados en revistas especializadas. Colaborador habitual en la revista digital Nueva Tribuna".


Sobre las elecciones al Parlamento andaluz de este 19 de junio lo primero que hay que decir es que 2.197.000 andaluces han votado, bien al PP, bien a Vox, bien a Ciudadanos, lo cual supone que un porcentaje de estos votantes, que son asalariados y pensionistas, han votado al partido que en el 2012 dejó a los asalariados sin convenios y que durante 4 años solo subió el 0,25% las pensiones, o bien han votado a los otros dos partidos que apoyaron esas reformas y medidas en el Congreso. Y por ello hay que felicitar a estos tres partidos de la derecha, porque han conseguido que votantes asalariados y pensionistas hayan votado –o se hayan abstenido– contra sus intereses económicos. No es un mérito menor, que diría el diletante gallego. También han votado a favor de la privatización de la educación pública y la sanidad pública, puesto que desde que llegó el Sr. Moreno Bonilla no ha hecho más que deteriorar ambas con el fin de potenciar la educación privada y concertada y, en mayor medida si cabe, potenciar también la sanidad privada. Y no solo han votado los que “han votado”, sino los abstencionistas, que votan por omisión al gobierno que salga del juego de mayorías y minorías en los parlamentos. Y debemos respetar estas decisiones por más que resulte sorprendente que en la comunidad de los “señoritos”, del rocío para señoritos y de las cofradías reaccionarias, una parte importante de los pensionistas y los asalariados voten a los mismos partidos que votan los señoritos satisfechos. Los estudios socioelectorales indican que los niveles de renta y riqueza juegan un papel importante en el voto, no en cambio cuál es tu relación contractual en el trabajo o si ya no estás en activo. Y también indican una fuerte abstención de los más pobres. 

El PSOE se ha dejado 127.182 votos respecto a las elecciones del 2018 y los dos partidos a su izquierda que son Por Andalucía y Adelante Andalucía han sumado 429.658, dejándose 155.000 votos respecto a Adelante Andalucía del 2018 (584.040 votos). Dicho de otra manera, los tres partidos de izquierda han perdido 282.182 votos de un total de 3.710.509 votos emitidos. Es verdad que el PP ha aumentado su cosecha electoral en 831.634 votos, pero es que Ciudadanos se ha dejado respecto al 2018 la cifra de 540.501 votos. Dicho de otra manera, el PP y Ciudadanos del 2022 han aumentado sus votos en 291.133 respecto al 2018. Y a eso hay que añadirle que Vox ha aumentado su recolección del 2018 en 97.325 votos. El voto del PP representa el 42,6% de los votos emitidos, pero la ley d´hondt y los diferentes tamaños de las circunscripciones le dan la mayoría absoluta. La conclusión es que, en términos sociolectorales, la izquierda sufre un revés, pero no una debacle, por más que los medios de derechas y de extrema derecha los presenten como un varapalo ¡a Sánchez! En realidad, nada ha cambiado en Andalucía desde el punto de vista de la gobernabilidad, puesto que Moreno Bonilla gobernaba con el perrillo faldero que era Ciudadanos y ahora lo ha mandado a la perrera. Otra cosa diferente es que hubiera necesitado a Vox para la investidura y para sacar leyes en el Parlamento andaluz. 

Ahora toca a la izquierda sacar conclusiones. La derecha no lo necesita porque ya está en el poder en Andalucía, en Galicia, en Madrid, en Castilla y León y en alguna otra Comunidad de menor tamaño. Tenemos que desechar que sea la economía la causa de la bajada de la izquierda puesto que el Gobierno de coalición ha conseguido situar en cifras récord el empleo, las cotizaciones y los cotizantes, los ERTES han sido un éxito, han aumento también los contratos indefinidos –es verdad que contando como tales y como siempre los de tiempo parcial y fijos-discontinuos–, consiguió la excepcionalidad ibérica para contener la tarifa energética respecto de lo que ocurre en Europa, ha devuelto los convenios a los asalariados, a los pensionistas se les ha subido sus pensiones de acuerdo con el coste de la vida, ha aumentado el salario mínimo este año dejándolo en 1.000 euros en 14 pagas (por 14). Dos puntos negros: la inflación, pero esta es importada; también los precios de la energía a pesar de las medidas. Además, el turismo y la restauración van a todo trapo y todo indica que superarán el nivel anterior a la pandemia (2019). Y, por supuesto, la desigualdad, pero eso no es cuestión de días, ni de meses, sino de lustros, con políticas de verdad de izquierdas. Es verdad que aquí el PSOE ha fracasado y el PP ha triunfado, porque para la derecha política la desigualdad es una virtud y no un defecto. El punto negro, verdaderamente negro de lo anterior, es la capacidad de la derecha y de los medios de comunicación de negar todo lo anterior con mentiras y engaños. Cada Autonomía tiene su autonomía socioelectoral, sus causas: Galicia es una región muy conservadora, pero en las ciudades se vota mucho a la izquierda; en Castilla y León, tierra de campesinos propietarios, aunque Valladolid tiene alcalde socialista; en Madrid, efecto capitalidad, dumping fiscal, renta relativamente alta, y Andalucía, cuna de la pintura española, allí triunfó el golpe franquista, región de señoritos como el sonriente Arenas, tierra de señoritos a caballo, pero también de revueltas campesinas –“andaluces de Jaén, aceituneros altivos”–, cofradías, procesiones, rocío y macarenas, ahora se decanta con sus votos y abstenciones por aquellos que la sometieron –“¿de quién, de quién son esos olivos?”–, abandonando políticamente a los que no hicieron lo suficiente para cambiarlo. 

¿Entonces qué es lo que motiva a una de las Comunidades más atrasadas a dar el voto a los que confían solo en el mercado para resolver problemas? No creo en el mantra, el tópico del desencanto, porque si los asalariados y pensionistas que ahora han votado –o se han abstenido– contra sus intereses sintieran así tienen opciones a la izquierda del PSOE para depositar sus ansias, pero no lo han hecho. Sí creo que se está consolidando en España el voto egoísta y de búsqueda de privilegios (voto de derechas) frente al voto de la solidaridad y la justicia (voto de izquierdas) por el efecto demostración de Madrid, por el dumping fiscal de Madrid. Los ciudadanos, incluso muchos que se sienten de izquierdas, quieren una fiscalidad como Madrid pero un gasto público como el que da el Gobierno de la nación. Lo cual es un imposible, pero el problema no es de conocimiento sino de egoísmo. Y la culpa de ello la tiene la fiscalidad y financiación del Estado autonómico mediante impuestos propios, cedidos y compartidos, que permiten que las autonomías de derechas compitan en bajar los impuestos porque prevén poder echar la culpa al Gobierno de la nación dada la ignorancia aún sobre las competencias de la Autonomías, tanto en términos de ingresos como de gasto. Yo me he encontrado farmacéuticos que no se habían enterado de que las competencias también farmacéuticas están transferidas a las Autonomías en muchos aspectos. El propio PP intentó echar la culpa de la actuación criminal de la Sra. Ayuso en las residencias de mayores a Pablo Iglesias, que fracasó porque el propio Consejero de la Comunidad de Madrid –de Ciudadanos– dimitió por tales pretensiones. Si el PP se atreve a tanto, a esa mentira tan criminal como la propia actuación de la Sra. Ayuso, es porque confía en la capacidad de engaño de sus huestes y políticos. En USA o en Alemania –países federales– es mucho más difícil que eso ocurra porque llevan siglos en democracia, pero en España no y el Estado autonómico tiene poco más de tres décadas. Pero, como queda dicho, no es solo un problema de conocimiento sino de egoísmo: pagar menos que los demás, pero sin disminuir las prestaciones públicas es el lema del PP si es capaz de endilgar al Gobierno de la nación el gasto y la responsabilidad de los servicios públicos y a las Autonomías la fiscalidad a la baja. Dicho de otra forma, votadme a mí, al PP, que yo haré –por arte de birlibirloque– que paguéis menos y tengáis más servicios públicos y, si no lo consigo, la culpa es de Sánchez, como si parte de los ingresos fiscales fueran competencia de las Autonomías y no el gasto, que lo sería del Gobierno de la nación. Desde este punto de vista, esta distorsión insoportable, el Estado de la Autonomías en España es un fracaso, un rotundo fracaso. Parece obligado cambiar todo esto y, también, educar a los ciudadanos en todo esto: qué es el Estado, qué es la Administración, cuáles son las competencias de Administración Central del Estado, de las Autonomías, de los ayuntamientos, de las diputaciones, de los cabildos, como se financian, etc. 

Otra posible causa es la división de la izquierda a la izquierda del PSOE. Ese es un lujo pequeño-burgués que no se pude permitir por más tiempo. Y no solo por el efecto d´hondt y demás, sino por lo desestimulante que puede ser una izquierda dividida, que siempre es indicativo de intereses, motivaciones personales, de egos mal curados, de machos-alfa entre bambalinas. En España no es posible una coalición pre-electoral con el PSOE porque este partido se ha consolidado como partido socialdemócrata al estilo alemán o nórdico, partido que en lo económico fue neoliberal y que ahora intenta ser al menos socialdemócrata con Pedro Sánchez, pero no más. Y eso da oportunidades programáticas a ese único partido –así debiera ser– a la izquierda del PSOE para ser distinto del socialista en temas laborales, de educación pública, ecológicos, derechos civiles, política exterior, migración, lucha contra la desigualdad, memoria histórica, etc., en los que el PSOE nunca acaba de rematar con coherencia y decisión. Así hemos visto que se ha hecho una contra-reforma laboral pero no una derogación de la reforma laboral, apenas se ha tocado “la ley mordaza”, no se han renovado tribunales ni CGPJ cuando tiene el Gobierno competencias y mayoría parlamentaria para ello, se ha conseguido la excepcionalidad ibérica pero es insuficiente aún para contener la factura de la luz y el gas, las Autonomías siguen potenciando y creando universidades privadas, lo cual es una contradicción en los términos y no debieran existir o, al menos, perder la condición de universidad, no se está haciendo nada en la práctica para acabar con la fiscalidad autonómica potenciadora del egoísmo y el privilegio del electorado, la enseñanza concertada distinta de la pública es alimento del egoísmo ciudadano, etc. 

Una causa más tiene que ver de nuevo con el Estado autonómico, que hace que la izquierda de ámbito nacional necesita de un partido pequeño-burgués como es ERC, que es de izquierdas siempre que no esté en juego expectativas electorales nacionalistas, independentistas. Entonces ERC compite con posturas de derechas con JpC, es decir, con la derecha catalana de toda la vida. Y la necesidad de que el Gobierno de coalición cuente con el apoyo de la minoría catalana es una lluvia fina que va menguando las posibilidades de la izquierda real. Incluso el PP –la derecha en general– intentan de continuo resucitar el cadáver del terrorismo porque es consciente de los cientos de miles de votos que les ha reportado la existencia de ETA en el pasado. Por ello vemos que la derecha y los tabloides reaccionarios escritos de derechas como son el ABC, el Mundo y la Razón critican cualquier ley que saque el Gobierno y/o el Parlamento, independientemente de su contenido. El caso más escandaloso últimamente es la crítica desde la derecha mediática del cambio de postura del Gobierno respecto al contencioso saharaui. 

No hay un giro a la derecha en el planeta como hemos visto en el próximo pasado en USA, Alemania, Perú, Chile, Honduras, ahora Colombia, quizá próximamente en Brasil, en Italia ya no gobierna Salvani y en Francia Macrón ha perdido la mayoría absoluta de su partido. Sí hay una derechización de la propia derecha hacia la extrema derecha. El único punto negro es Putin, un aliado de las extremas derechas, un nacionalista reaccionario de la peor especie. El neoliberalismo intervencionista a favor de empresas y sistemas financieros ha sido el último capítulo de una ideología que, volverá a renacer, pero ya no será la misma. El BCE ya ha escarmentado de su neoliberalismo en la crisis comenzada en el 2017 en USA y repercutida en Europa y en otros continentes, y está resistiendo ante las voces conservadoras que pretenden arreglar la inflación simplemente con aumentar los tipos de interés hasta que muera la enfermedad pero también el enfermo. Sabe ahora que el monetarismo ha vuelto a fracasar porque estamos ante una crisis de oferta de algunas materias primas y productos agrícolas y no ante excesos insoportables monetarios. 

Un problema en España es la falta de tradición democrática que hace que los ciudadanos tengan un bajo nivel intelectual político. En nuestras vidas influyen muchas cosas: nuestras herencias, nuestras decisiones, nuestras circunstancias orteguianas, etc., y… el BOE, es decir, la política. El nivel intelectual político es la capacidad de discernir lo que nos pasa entre las diversas causas de la que podemos tener margen de actuación de aquellas circunstancias que vienen dadas por las decisiones de nuestros gobernantes. Todos hemos oído aquello de que “todos los políticos son iguales”, frase empleada no siempre por los abstencionistas –sería lo coherente– sino por votantes de derechas. Mencionaba antes la increíble pretensión del PP de Madrid de hacer responsable a Unidas Podemos de la decisión criminal de la Sra. Ayuso de trasladar a los residentes de pago de las residencias a la sanidad pública o privada y de no hacerlo con las públicas. Eso es precisamente porque el PP confía en esa baja capacidad intelectual en lo político de los ciudadanos en general y, sobre todo, de sus posibles votantes. Esa capacidad no se adquiere estudiando de forma reglada simplemente –aunque estudiar nunca está demás– sino con la lectura crítica y cotidiana de los medios de comunicación durante años. Eso ya lo intuía Franco en aquella frase mítica: “usted haga como yo, no se meta en política”, siendo el jefe del Estado, sin dejar por ello de ser un sanguinario dictador. 

Creo que la izquierda a la izquierda del PSOE tiene que reflexionar y caer en la cuenta de que el Estado autonómico en España es una baza de derechas porque permite potenciar el egoísmo de los ciudadanos y de que la permanente reivindicación independentista de los dos partidos pequeño-burgueses de Cataluña –JpC y ERC– no hacen más que potenciar a la derecha del resto del país. Y el primer problema tiene solución, el de la fiscalidad y gasto autonómico, su fiscalidad, el reparto de ambos entre competencias autonómicas y nacionales. El segundo problema, como dijo Ortega, no tiene solución por más que se diera cuenta de ello Miguel Roca –uno de los padres de la Constitución– cuando aquello de “café para todos”, criticando el acceso a los estatutos de lo que hoy son las Autonomías. Tenemos que darnos cuenta de que las reivindicaciones nacionalistas en su fase independentista solo son ciertas y coherentes en Euskadi y Cataluña; en Galicia, Canarias y Andalucía son solo instrumentos de la derecha para desgastar a la izquierda, porque los ciudadanos de estas autonomías no quieren la independencia ni nada que se le parezca, sino todo lo contrario: quieren el cobijo y la teta del conjunto del país porque sus ciudadanos o son más pobres, o se sienten más pobres, o se sienten desprotegidos de la Administración Central: finisterre –fin de la tierra– en Galicia, insularidad en Canarias, falta de industria en Andalucía. En cambio, en Euskadi y en Cataluña el Ebro no es un problema sino, en todo caso, lo es porque no les separa lo suficiente del resto de la península; tampoco hay efecto insularidad en las Baleares. 

O la izquierda reformula el Estado autonómico, sus competencias, su fiscalidad, o la derecha pasará a la izquierda utilizando el Estado autonómico como ariete, aunque nunca hay creído en él. Recordemos que AP –el PP es su herencia– no voto el título VIII de la Constitución y que Vox quiere acabar simplemente con este incipiente estado federal, que se ha quedado en mitad de un puente que los legisladores del PP y del PSOE no han sabido o no han querido asentarlo con todas sus consecuencias.

miércoles, 15 de junio de 2022

Feijóo y la economía: un oxímoron


          No recuerdo haber leído nada sobre la importancia de la formación de los presidentes de Gobierno y poco sobre la importancia de la formación supuestamente intelectual de los políticos. El mismo Keynes advirtió de la dependencia de los políticos de los economistas aun cuando no fueran conscientes de ello. Sabemos que lo intelectual y lo político es siempre un matrimonio mal avenido cuando no un divorcio permanente. Recordemos la formación de los presidentes de Gobierno españoles de la democracia: Suárez, González, Aznar, Zapatero y Rajoy eran leguleyos, de Derecho; Calvo Sotelo era ingeniero y tocaba el piano, Sánchez es economista y el aspirante ahora del PP al cargo vuelve a ser de Derecho, de nuevo leguleyo. No digo que juristas porque ninguno de ellos han demostrado nivel intelectual en la materia para merecer tal calificativo. Es verdad que González y Aznar se manejaban en la economía en su fase descriptiva, tenían buena memoria, pero nada más, incapaces de hacer análisis económico. Rajoy y Zapatero los de peor manejo, pero a Rajoy se le veía más el plumero. Por ejemplo, el gallego creía que cuando él llegara a la Moncloa a la economía le iba ir mejor por ser de derechas; decía aquello de “generar confianza”: creía que con eso los inversionistas españoles y foráneos se volverían locos invirtiendo más o, al menos, significativamente más. Fracasó. Es más, prometió bajar los impuestos para ganar votos y también fracasó: fue el Gobierno que produjo la mayor subida de impuestos, que lo sepan los posibles votantes del PP. Es verdad que no parecía ni parece que a sus votantes –a los del PP– les importe que les mientan porque es verdad que, al menos a los votantes de derecha que no son ricos ni medianamente ricos, no les importa que les prometan lo imposible: mejorar los servicios públicos y bajar los impuestos. Al menos eso dicen las encuestas en Andalucía, porque si ganara la derecha en esta autonomía será porque parte de los asalariados y pensionistas de rentas precisamente no excepcionales han votado esa opción. Al fin y al cabo los más pudientes, incluso aunque no sean ricos, pueden pagarse la sanidad y la educación privadas con sus dineros y patrimonios. Esto no es un problema para la izquierda; sí lo es que asalariados que no llegan a los 2.000 euros de media al mes voten a la derecha; sobre todo es un problema para ellos mismos. Lo mismo podría decirse de los pensionistas, de la mayoría de ellos, porque el Sr. Rajoy en el gobierno les subió el 0,25% durante 4 largos años. Pero volvamos al tema. 

          Rajoy demostró con sus promesas y sus políticas económicas que nunca logró descifrar los arcanos de la economía: del tema fiscal ya queda dicho y de lo demás fue terrible: aumento de la deuda pública en 350.000 millones, se gastó los 70.000 millones del fondo de reserva de la Seguridad Social (la hucha de las pensiones), hubo rescate europeo mediante un crédito de 100.000 millones que para el ministro Guindos era un “crédito en condiciones ventajosas”, prima de riesgo desbocada cuando llevaba más de un año de gobierno, aumento terrible de la desigualdad –para el PP esto no es un fracaso sino un éxito–. En cuanto a Zapatero su problema no fue no dominar esos arcanos sino plegarse ante la Merkel y Bruselas congelando las pensiones y los sueldos de los funcionarios en el 2011. También inició una pequeña reforma laboral, que fue pequeña comparada luego con la que hizo Rajoy en el 2012. Tanto Rajoy como Zapatero se fueron de la Moncloa sin haber entendido nada de lo que pasaba: para ellos prima de riesgo, agencias de calificación, hipotecas subprime, mercados de futuros, austeridad expansiva, multiplicadores, etc., era mero lenguaje económico, jerga económica con la cual los economistas con título se convertían en meros chamanes y pitonisos rellenando cuartillas en medios de expresión. Pero su no entendimiento perjudicó a la economía: Rajoy practicó la austeridad y España ha tardado una década en recuperar el empleo que ahora, desde el 2019 y con otra política económica, se ha tardado solo dos años. Con Zapatero también se cayó en esa malhadada austeridad y no sirvió de nada su congelaciones sino todo lo contrario, porque frenó la demanda vía rentas cuanto tanto hacía falta. Siempre hay dos alternativas: una política económica que mejora a la mayoría y otra que mejora a la minoría más pudiente. 

          Y ahora viene el Sr. Feijóo y parlotea de economía como si alguna vez hubiera entendido de ella. Le puede dar clase su colega gallego Abel Caballero, que éste de eso sí sabe. Para empezar ya confunde el pepero prima de riesgo con tipos de interés; más aún y peor: ahora promete ¡bajar los impuestos para frenar la inflación! Que alguien le diga por favor que eso es una contradicción aunque eso le de votos. ¿Se imagina el lector con ese bagaje económico al Sr. Feijóo hablando en una conferencia de presidentes y jefes de gobierno en la UE? Con Rajoy por provinciano y con Zapatero por falta de inglés nuestra cuota de ridículo en Europa ya está cubierta. Si el actual inquilino de la Moncloa se da cuenta –y creo que se dará– de los desconocimientos del gallego pretendiente a la Moncloa lo puede dejar en ridículo lo mismo que hizo el Sr. Borrell cuando en un debate el Sr. Álvarez Cascos –a la sazón secretario general del PP– confundió déficit con deuda publica. Es verdad que para el PSOE y el resto de la izquierda el Sr. Feijóo puede ser un chollo dialécticamente, pero: ¿y qué pasa si llega a la Moncloa? Ya hubo algún pretendiente a la Moncloa que salió escaldado en sus pretensiones por mor de alguna moción de censura fallida –¿recuerda el lector al Sr. Hernández Mancha?–, porque un tonto y de derechas con poder es un doble peligro y no sé si más por lo primero que por lo segundo. Ya lo hemos visto con Rajoy, que perjudicó al país sin que la mayoría de las empresas se beneficiaran por el estancamiento de la demanda. También lo es uno de izquierdas que solo lo sea de pico y con el mismo desconocimiento. 

Atravesamos momentos delicados. Es verdad que las cifras económicas actuales son mejor que las que se podían esperar, con mejoras del empleo, cotizantes y recaudación fiscal, pero el toro de la inflación hay que torearlo bien, sin entrar a descabello prematuramente, evitando en todo momento sus “cornás”. Sr. Feijóo, que sepa usted que la inflación actual no es de origen monetario aunque haya que subir al final medio punto los tipos de interés; tampoco es una inflación keynesiana por el lado de la demanda, sino que es una crisis de suministros de algunas bienes de primera necesidad y de algunas materias primas y que, cuando ello se reponga o se reequilibre, la cosa de los precios volverá a su cauce aunque por el camino nos hayamos dejado algunos pelos en la gatera en términos de renta per cápita. No sea usted provinciano y nos diga –como algún compadre político suyo– que la culpa de la inflación actual la tiene Sánchez, no haga el ridículo tan temprano. Sr. Feijóo, está en sus manos y en sus influencias que las autonomías gobernadas por ustedes dejen de deteriorar la educación y la salud públicas, mejoren la cuestión de la dependencia y colaboren en la lucha contra la desigualdad. Tienen para ello competencias las autonomías, tanto por el lado de los ingresos (impuestos propios, cedidos y compartidos) como por el lado del gasto. Sr. Feijóo, “vaya a las cosas” y aminore en lo posible las mentiras y engaños de su partido, que para ganar votos sirven pero para gobernar no.

jueves, 2 de junio de 2022

EL BRIBÓN EN SU LABERINTO

 La sensación de sentirse por encima del bien y del mal, de flotar de felicidad en medio de las suertes y desdichas de los demás, de tus supuestos súbditos –visión monárquica inevitable desde el puesto de monarca– , eso, debe ser una sensación inigualable e inolvidable. Y eso no lo pueden sentir ni siquiera los ricos si tienen responsabilidades de alguna manera. Pero esa sensación la ha debido tener el ex-(de)mérito Juan Carlos I, la de poder hacer cualquier cosa que le venga en gana con dinero ajeno y sin responsabilidad, ni política ni personal. Esa situación tiene componentes objetivas o, mejor dicho, causas objetivas y subjetivas. Las primeras se deben a que España es una monarquía y que en la propia Constitución recoge la inviolabilidad del monarca, aunque limitado a su papel político como figura cúspide de la estructura del Estado y referido, supuestamente, a los actos propios de su cargo. ¿Cubre la Constitución las supuestas fechorías del ex-monarca, haga lo que haga, cualquier acción, incluso aunque no sea propia de su cargo, incluso cuando ya no es monarca? Sus prerrogativas constitucionales, sus privilegios no parece que lleguen a tanto, la cosa es objeto de discusión jurídica entre constitucionalistas y resulta llamativo –incluso patético– los esfuerzos en el diario El País (El retorno del rey Juan Carlos) de constitucionalistas como Pedro Cruz Villalón, catedrático de la materia, para intentar justificar lo que, al menos desde la ética, no lo es. Cazar elefantes no sería anticonstitucional, pero sus supuestas fechorías en tierras árabes con los jeques correspondientes –aunque sea para facilitar inversiones españolas en esas tierras– ni es ético ni debiera quedar impune. A los que no somos monárquicos ni por cuestiones de fundamento ni por táctica política, por real-politik, no queremos acabar con la Monarquía por la tradición impune de las fechorías de los borbones desde que el bisnieto de Felipe IV (penúltimo Austria) se convirtió en 1700 en Felipe V, rey de España. Los que somos de izquierdas no queremos la monarquía por cuestiones de principio; los que son de derechas no les importa estas cosas y sí con quien comparte la cama el monarca correspondiente si no es con la consorte; a los de izquierda no nos importan las corinas de turno. Los no monárquicos miramos el despilfarro de la institución, a los de derecha monárquicos se fijan en otros supuestos despilfarros –aunque sean falsos– pero no les importa los de la Corona. Y en cuanto a los méritos contraídos por su figura, los que somos de izquierda nos gustaría reconocer su papel de pilar de la democracia si estuviéramos seguros de que ese pilar está bien fundamentado por los hechos, que son de granito y no de barro recocido. El problema es que tenemos dudas y certezas, y nos gustaría tener solo certezas, pero es que éstas ni siquiera son firmes ni leyendo a Javier Cercas en Anatomía de un instante.

 Porque para los que no somos monárquicos la figura de un monarca como titular de una institución como la Corona nos parece una incoherencia y una contradicción con los principios del Estado de Derecho. La falta de una tradición democrática en España y la ausencia de asignaturas en los estudios secundarios (incluido el bachillerato) de conocimiento político sobre qué es el Estado, los derechos políticos y civiles, la diferencia entre Administración y Estado, la relación entre gobernantes y gobernados, etc., que la derecha española ha conseguido abortar desde su inicio en los tiempos de Zapatero, hace que los ciudadanos de izquierda, pero, sobre todo, de derecha, desconozcan estas cosas. Por ejemplo, que desconozcan que el Estado de Derecho son, fundamentalmente, principios y no una institución, aunque el nombre pueda llevar a engaño. Desde la Declaración de Filadelfia de 1776 y la Revolución Francesa de 1789 se ha ido consolidando dos principios –no son los únicos– del Estado de Derecho: el de que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y el de que la posibilidad y responsabilidad de gobernar una nación viene dada porque los gobernantes sean elegidos directa o indirectamente por los gobernados: en caso contrario, somos súbditos y no ciudadanos, como pasaba en tiempos de la dictadura franquista y como es el caso de todas las dictaduras. Los que no somos juristas de formación hemos aprendido estas cosas leyendo a García Pelayo, a Tierno Galván, al Duverger, a Elías Díaz, y a otros magníficos juristas y estudiosos del tema, pero también lo hemos aprendido en el día a día, en la lectura cotidiana. Y el problema para la Monarquía es que esta forma de Estado de una democracia rompe este segundo principio, porque es justamente la excepción anterior dado que el monarca no ha sido elegido por nadie, sino que su figura institucional es fruto de una herencia, como el que recibe una finca en Torremolinos de sus papás. En este caso la finca es la Zarzuela. Y si a ello le añadimos lo de la inviolabilidad, cosa discutida y discutible, la cosa es la repanocha, que diría un castizo.

 Dentro de 9 años celebraremos el centenario de la II República. Creo que los españoles nos merecemos elegir la forma de Estado y librar de la Constitución de 1978 la insoportable carga de que no pudiéramos votar por separado la democracia y la forma de Estado los que aún vivimos y votamos en su momento, y, con más razón, los que por edad no pudieron votar en aquella fecha. En 1936 volvió a cumplirse aquello de que la derecha siempre debía gobernar, bien con elecciones, bien con golpes de Estado (siglo XX), bien con pronunciamientos (siglo XIX). La mayor y mejor demostración de que la derecha sociológica española –ahora representada políticamente y principalmente por el PP, Vox y Ciudadanos– ha aceptado la democracia sin peros es la de que puedan perder y ganar las elecciones sin cuestionar la democracia. Ni en el siglo XIX ni ahora mismo ha sido así. Y si alguien tiene duda que recuerde las palabras de Pablo Casado –presidente ahora extinto del PP– dirigidas a Pedro Sánchez a partir de la moción de censura e, incluso, tras las últimas elecciones del 2019. La prueba definitiva sería precisamente que pudieran celebrarse elecciones a presidente de la República –como en Francia– y que, fruto de las mismas, saliera un presidente de izquierdas. En ese momento la democracia española se habría consolidado, porque ello representaría que las derechas políticas y sociológicas españolas admitirían el juego democrático, tal como ocurre en el Reino Unido, Francia, Alemania, etc. Y, como efecto colateral, evitaríamos a los constitucionalistas de derechas el papelón de justificar lo injustificable, porque normalmente son gente mayor y no están para esos trotes.

miércoles, 1 de junio de 2022

LA MILONGA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 Antonio Mora Plaza

 



 "Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado para CC.OO. Cinco libros publicados, cuatro de ellos de análisis económico y uno de literatura. Autor, además, de numerosos artículos de economía publicados en revistas especializadas. Colaborador habitual en la revista digital Nueva Tribuna".

Tal como se presenta esa cosa que se ha llamado en nuestro idioma “inteligencia artificial”[1] a la ciudadanía más parece una religión: por un lado, parecería que sería el bálsamo cervantino de Fierabrás que todo lo cura y, por otro, como la esperanza única para que en el futuro –y incluso en el presente- cura las injusticias y desigualdades brutales de nuestro mundo. En todo caso se ha depositado una muy excesiva esperanza en algo que no queda claro nunca qué es, pero al llamarle “inteligencia” parecería que tendría la capacidad de conocer, preguntarse y de decidir como lo hacen los seres humanos y otros seres vivos que, aunque en menor grado, también muestran signos de inteligencia. El cine y la literatura han contribuido a estas falsas expectativas. Pensemos en el ordenador HAL –letras que preceden al nombre IBM–, que, en la película de Kubrick, 2001, una odisea en el espacio, es capaz de tomar decisiones por su cuenta sin que, aparentemente, haya sido programado para ello[2]. Lo mismo ocurre con los androides de La Guerra de las Galaxias, aunque en menor grado. Por lo que yo sé hasta ahora los ordenadores hacen básicamente tres cosas: calcular, ordenar y comparar, pero no hacen nada para lo que no hayan sido programados para ello. Es verdad que tienen aplicaciones, por ejemplo, que imitan la decisión aleatoria y podrían tomar distintas decisiones ante situaciones iguales, pero no dejaría de ser algo para lo que están programados siempre y cuando alguien decida que utilicen el algoritmo aleatorio o haya sido programados para decidir según circunstancias qué algoritmo utilizar. 

Vayamos al fondo de la cuestión. La inteligencia se caracteriza no solo porque resuelve problemas teóricos y prácticos sino porque decide en cada momento resolverlos, no resolverlos o no hacer nada; y se caracteriza en algo más difícil que constituye la última frontera de la inteligencia: plantearse problemas tanto teóricos como prácticos. Estos serían los tres niveles de la inteligencia: I, resolver problemas prácticos y teóricos; II, decidir qué problemas resolver o al menos intentarlo, y III, plantearse problemas. ¿Hay perspectivas de que un sistema de computación pueda adentrase en estos tres niveles que marcan la inteligencia? Cualquier sistema de computación actual se basa en la máquina de Turing[3]. De hecho, podemos considerar a Turing junto con Von Neumann como los padres –también con otros como precursores como Pascal, Leibniz, Babbage, Boole, Lovelace– de la computación. Una máquina de Turing consiste básicamente en una cinta sin fin llena de ceros y unos que pasa por un cabezal que, según lo que lea, hace tres cosas: lee lo que hay en la cinta, escribe o no un cero o un uno, y da órdenes de moverse a la cinta a derecha o a la izquierda. Antes de Turing y Neumann sí había máquinas que hacían algo de esto, pero estaban separadas los datos de las instrucciones: la revolución computacional consistió en que ambas cosas fueran juntas de tal forma que una misma máquina –hoy son ordenadores– pueda valer para cosas diferentes. Parecería que una máquina tan abstracta en su concepción podría resolver todos los problemas computacionales[4], pero se vio enseguida que tenía al menos dos problemas: uno, que no podría tomar decisiones para lo que no estuviera programada, dos, el problema de la parada. Aunque ello es complicado de explicar, no hay manera de construir una máquina de Turing que, ante un problema aparentemente irresoluble –al menos para ella– pueda decidir, mediante un programa, pararse. Y si no se para pierde su autonomía y su validez como supuesta inteligencia artificial. Cuando matemáticos y lógicos se dieron cuenta de estos problemas se acordaron de Gödel[5] y sus teoremas de incompletitud, porque la máquina de Turing y estos teoremas están profundamente relacionados. El matemático David Hilbert (1862-1943) propuso en el año 1900 un conjunto de 23 problemas de los que, de su resolución, se darían grandes avances en la ciencia, y uno de ellos retaba a los especialistas en construir un sistema matemático que pudiera decidir si un problema tiene solución o no[6]. Pues bien, Gödel demostró con sus teoremas que eso es imposible porque no se puede construir un sistema matemático que pueda tener dos propiedades simultáneamente: la completitud y la coherencia. Dicho de otra forma: No puede existir –no solo que no exista en un momento determinado– un sistema lógico-matemático general que pueda demostrar la veracidad de cualquier veracidad matemática sin caer en una contradicción. No es que las matemáticas conocidas sean falsas y han supuesto unos de los requisitos para que la humanidad haya alcanzado el conocimiento científico y técnico actuales; no es que el teorema de Pitágoras sea falso, sino lo que viene a decir Gödel es perdamos la esperanza de construir un conjunto axiomático de reglas –un sistema matemático– tan general que pueda resolver cualquier problema matemático. Pondré un ejemplo histórico que es el álgebra. Con este sistema lógico-matemático se pueden resolver las ecuaciones de primer, segundo, tercer y cuarto grado[7], mediante operaciones algebraicas, es decir, manipulando las ecuaciones de acuerdo con lo permitido por el álgebra, pero no ocurre así en general con las ecuaciones de quinto grado y superiores. Se tardó casi tres siglos hasta que un joven y desconocido matemático noruego llamado Abel[8] demostró que el problema no era de habilidad en el manejo del álgebra, sino que el problema era la propia álgebra. En definitiva, que este conjunto de reglas lógico-matemáticas que se llama álgebra es inadecuado e insuficiente para dar soluciones generales a las ecuaciones superiores al cuarto grado. Sí que se dieron soluciones a ecuaciones determinadas de grado superior al cuarto, pero nunca una solución general. El sistema del álgebra era, por tanto, incompleto e insuficiente ante un problema. Otro ejemplo en el campo de la aritmética era la insuficiencia de los números racionales –los que pueden ponerse como cociente de dos números enteros– para solucionar ecuaciones. Por ejemplo, la ecuación x2 + 1 = 0 no tiene solución en este conjunto y, por ello, tuvieron que inventarse los números complejos, llamados en su momento imaginarios no por casualidad. 

El otro gran actor de todo esto fue Georg Cantor[9], que demostró empleando simultáneamente el infinito actual y el infinito potencial en la aritmética, que el conjunto de los números irracionales no podía contarse, es decir, no se podía poner en correspondencia biunívoca con el conjunto de los números naturales[10]. Todos estos problemas están profundamente relacionados y constituyen la mayor performance que, en el campo de la lógica y de las matemáticas, ha construido la inteligencia humana: el problema de la parada de una máquina de Turing, los teoremas de incompletitud de Gödel y la imposibilidad de contar los números irracionales[11]. Todo son límites a la capacidad de extender más allá del cerebro humano a seres o instrumentos creados por el mismo cerebro. Ni siquiera parece que la mecánica cuántica pueda saltarse los procedimientos secuenciales –algorítmicos en general– porque, si bien el cálculo interno de una computadora cuántica puede ilimitado y simultáneo, no puede evitar que, al menos, la salida de datos haya de ser secuencial para la comprensión de los seres humanos de los resultados. 

Pero veamos un ejemplo de las dificultades de la llamada inteligencia artificial. Ya sabemos por Gödel que es seguro que habrá verdades matemáticas que no se pueden demostrar por más general que sea el sistema lógico-matemático en el que se mueva tanto un ser humano como una máquina o sistema computacional. Veamos un ejemplo. Imaginemos que hemos sido capaces de programar un sistema u ordenador que permita ir resolviendo las ecuaciones algebraicas que ya hemos comentado. Imaginemos que, por economía de recursos y tiempo, el sistema programado –o seamos generosos y pensemos que ha sido el propio sistema el que ha inventado los procedimientos algebraicos de resolución de ecuaciones según el grado de la ecuación– comienza con las ecuaciones de primer grado y las resuelve; luego aborda las de segundo grado, más tarde las de tercer grado y hasta las de cuarto grado, y en todos los caso encuentra métodos propios del álgebra para resolver las ecuaciones, es decir, para despejar la incógnita de las ecuaciones y calcular sus valores[12]. ¿Qué hará con las ecuaciones de quinto grado? ¿Será capaz de decidir y demostrar por su cuenta que las ecuaciones –en general– de quinto grado no tienen solución con lo procedimientos algebraicos que está utilizando hasta ese momento? ¿Será capaz de crear una teoría nueva –la teoría de grupos– como hicieron Abel y Galois[13] para demostrar los requisitos de una ecuación para su resolución por procedimientos algebraicos? Es imposible, porque entraría en juego el problema de la parada de Turing y la máquina, por sí sola, no dejaría nunca de intentar esos procedimientos algebraicos para la resolución de las ecuaciones de quinto grado. Si consiguiéramos programar la máquina para que parara no se resolvería el problema; por contra, si no se para nunca daría el paso de decidir que el procedimiento es inadecuado para las ecuaciones de grado superior al cuarto. Turing y Gödel son dos obstáculos insalvables. 

Pero seamos generosos y supongamos que, milagrosamente, un sistema computacional pueda adquirir conocimientos sobre los límites lógicos –no son límites tecnológicos, que siempre serán superables– de su propio proceder y cuando llega a las ecuaciones de quinto grado –es solo un ejemplo-, se para. Pero si solo hace eso no nos servirá el sistema de nada. Ni siquiera sabremos por qué se ha parado, salvo que esté programado el sistema para resolver un problema en un tiempo finito, lo cual le aleja de una máquina de Turing porque se supone que la cinta que lee es infinita y el tiempo también. Pero no le pidamos más, no le pidamos que además cree la teoría de grupos. Aún estamos en la fase II de la supuesta inteligencia artificial porque nos falta la III, la que caracteriza el proceder humano en el terreno de la inteligencia, que consiste, no en resolver problemas teóricos y prácticos, sino en plantearlos. Pregunto: ¿podrá alguna vez una máquina o sistema computacional, por ejemplo, plantearse la conjetura de Goldbach? Goldbach no era ni siquiera un matemático, pero le planteó un problema a uno de los mejores matemáticos de todos los tiempos que fue Euler. Es elemental saber que la suma de dos números primos mayores de dos siempre da un número par por la sencilla y computacional razón de que todos los números primos mayores de 2 son impares y es sencillo demostrar que la suma de dos números impares siempre da un número par. Pero Goldbach le dio la vuelta a la cuestión y le preguntó a Euler[14] si podría demostrar que, dado un número par cualquiera, puede encontrarse dos números primos[15]que sean su suma. Euler le dio alguna vuelta al asunto y desechó cualquier intento. Es decir, Goldbach no intentó resolver un problema, sino que se planteó uno nuevo. ¿Podrá alguna vez un sistema computacional, la llamada inteligencia artificial, no solo resolver problemas no programados para ello, sino también plantearse problemas abstractos, es decir, sin que ninguna necesidad computacionable pueda impelerle a ello? 

No, los problemas de la humanidad, la injusticia y la desigualad no la van a resolver ni el big data, ni la inteligencia artificial, ni nada que no salga de los seres humanos. El problema es que estos problemas no los padecen por igual todos los seres humanos y, cuando ello ocurre, el egoísmo y la búsqueda de privilegios afloran entre nosotros, incluso entre los más desfavorecidos. De ahí los versos de Calderón:

 

Cuentan de un sabio que un día

tan pobre y mísero estaba

que solo se sustentaba

de unas hierbas que cogía.

¿Habrá otro, entre sí decía

más pobre y triste que yo?

Y cuando el rostro volvió

halló la respuesta, viendo

que otro sabio iba cogiendo

las hierbas que él arrojó.

 

 

         

         


[1] Uno de los pioneros de la llamada inteligencia artificial (John McCarthy) definió esta en 1956 como “la ciencia e ingenio de hacer máquinas inteligentes, especialmente programas de cómputo inteligente”.

[2] Toma conciencia de su existencia cuando, leyendo en los labios una conversación, saca la con

[3] Alan Mathison Turing, 1912-1954. Lo que hizo la ¿civilizada? Inglaterra con este genio para ¿combatir? su homosexualidad es propio de un país medieval.

[4] Computacional tiene aquí la doble característica de algorítmico y secuencial.

[5] Kart Gödel, 1906-1978.

[6] Lo que se ha llamado el programa de Hilbert retaba a construir un sistema finito de axiomas tal que fuera consistente, es decir, que no pudiera llegar a una conclusión y su contraria. Esto es lo que Gödel rebatió con sus teoremas, la imposibilidad de construir un sistema axiomático en matemáticas –en concreto, en la aritmética– que fuera a la vez completo y no contradictorio. El sueño de Hilbert se venía abajo. En la demostración de Gödel juega un papel fundamental la propiedad de que un número natural cualquiera puede ser representado de forma única por un conjunto de número primos multiplicados entre sí.

[7] La historia de envidias y traiciones que protagonizaron en Italia Scipione del Fierro, Antonio María del Fierro, Niccolò Fontana Tartaglia y otros en la primera mitad del siglo XVI es digna de una película holywodiense.

[8] Niels Henrik Abel, 1802-1829.

[9] Georg Ferdinand Ludwig Philiph Cantor, 1845-1918.

[10] La demostración de Cantor es tan sencilla que con solo conocimientos rudimentarios de aritmética puede entenderse. Es la famosa diagonal de Cantor. Pero tiene, en mi opinión, un problema que no se ha considerado: que mezcla en el curso de la demostración dos concepciones del infinito: el tradicional infinito potencial o posibilidad de aumentar indefinidamente los elementos de un conjunto de forma algorítmica con la consideración cantoriana del infinito actual, es decir, la posibilidad de contar con un conjunto infinito sin necesidad de secuenciar sus elementos pero sí definiendo el conjunto convenientemente.

[11] Números irracionales son aquellos que no pueden ser obtenidos mediante el cociente de dos números enteros. Se caracterizan por dos cosas: porque su número de dígitos de la parte no entera es infinita y porque no presentan periodicidad alguna.

[12] Llamadas también raíces de la ecuación. Otro de los grandes genios de la historia de las matemáticas como fue Gauss, 1777-1855, demostró, tras algunos intentos fallidos, que las ecuaciones de grado n tienen tantas soluciones como el grado de la ecuación, aunque puedan estas soluciones estar repetidas o campar en el conjunto de los número complejos.

[13] Évariste Galois, 1811-1832.

[14] Leonhard Euler, 1707-1783.

[15] Seré más preciso, porque la pregunta original que hizo Goldbach a Euler fue si todo número mayor de 5 se puede escribir como suma de 3 números primos, pero la conjetura ha quedado como la enunciada en el texto de este artículo.