La sensación de sentirse por encima del bien y del mal, de flotar de felicidad en medio de las suertes y desdichas de los demás, de tus supuestos súbditos –visión monárquica inevitable desde el puesto de monarca– , eso, debe ser una sensación inigualable e inolvidable. Y eso no lo pueden sentir ni siquiera los ricos si tienen responsabilidades de alguna manera. Pero esa sensación la ha debido tener el ex-(de)mérito Juan Carlos I, la de poder hacer cualquier cosa que le venga en gana con dinero ajeno y sin responsabilidad, ni política ni personal. Esa situación tiene componentes objetivas o, mejor dicho, causas objetivas y subjetivas. Las primeras se deben a que España es una monarquía y que en la propia Constitución recoge la inviolabilidad del monarca, aunque limitado a su papel político como figura cúspide de la estructura del Estado y referido, supuestamente, a los actos propios de su cargo. ¿Cubre la Constitución las supuestas fechorías del ex-monarca, haga lo que haga, cualquier acción, incluso aunque no sea propia de su cargo, incluso cuando ya no es monarca? Sus prerrogativas constitucionales, sus privilegios no parece que lleguen a tanto, la cosa es objeto de discusión jurídica entre constitucionalistas y resulta llamativo –incluso patético– los esfuerzos en el diario El País (El retorno del rey Juan Carlos) de constitucionalistas como Pedro Cruz Villalón, catedrático de la materia, para intentar justificar lo que, al menos desde la ética, no lo es. Cazar elefantes no sería anticonstitucional, pero sus supuestas fechorías en tierras árabes con los jeques correspondientes –aunque sea para facilitar inversiones españolas en esas tierras– ni es ético ni debiera quedar impune. A los que no somos monárquicos ni por cuestiones de fundamento ni por táctica política, por real-politik, no queremos acabar con la Monarquía por la tradición impune de las fechorías de los borbones desde que el bisnieto de Felipe IV (penúltimo Austria) se convirtió en 1700 en Felipe V, rey de España. Los que somos de izquierdas no queremos la monarquía por cuestiones de principio; los que son de derechas no les importa estas cosas y sí con quien comparte la cama el monarca correspondiente si no es con la consorte; a los de izquierda no nos importan las corinas de turno. Los no monárquicos miramos el despilfarro de la institución, a los de derecha monárquicos se fijan en otros supuestos despilfarros –aunque sean falsos– pero no les importa los de la Corona. Y en cuanto a los méritos contraídos por su figura, los que somos de izquierda nos gustaría reconocer su papel de pilar de la democracia si estuviéramos seguros de que ese pilar está bien fundamentado por los hechos, que son de granito y no de barro recocido. El problema es que tenemos dudas y certezas, y nos gustaría tener solo certezas, pero es que éstas ni siquiera son firmes ni leyendo a Javier Cercas en Anatomía de un instante.
Abordar los problemas actuales y otros históricos que tengan incidencia en el mundo actual desde una óptica de izquierdas. Esa óptica no tiene modelos, no tiene fuentes de autoridad, no tiene compromisos ni organizativos ni intelectuales. Existen dos maneras de abordar los problemas colectivos: buscando la pulsión egoísta y de privilegio, o desde la solidaridad, con la justicia y la igualdad como norte y guía
jueves, 2 de junio de 2022
EL BRIBÓN EN SU LABERINTO
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Antonio Mora Plaza "Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado para CC.OO. Seis libros publicados, cuatro de ello...
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" Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado para CC.OO. Seis libros publicados, cuatro de ellos de análisis económico...
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