lunes, 17 de abril de 2023

LAS GEMELAS Y EL MONSTRUO DE TRANSILVANIA

 


Antonio Mora Plaza

 "Economista, licenciado por la UCM, bancario, ha trabajado para CC.OO. Seis libros publicados, cuatro de ellos de análisis económico y dos de literatura. Autor, además, de numerosos artículos de economía publicados en revistas especializadas. Colaborador habitual en la revista digital Nueva Tribuna".

 

        A diferencia de su hermana Valentina, Laurita tenía la costumbre de empezar a leer los libros más o menos por la mitad y cuando su hermana se lo reprochaba esta era la explicación de Laurita:

          - Yo no tengo, Valentina, la paciencia que tienes tú por saber el final y a mí de las historias lo que me importa es el final. Los que escriben piensan que tenemos todo el tiempo del mundo para leer y no es verdad, y por eso escriben esos… mamotretos. Y otra cosa que no reparan los escritores es que las cosas de la vida no tienen emoción y sólo tienen… diversión o aburrimiento y leer tiene que ser divertido y la diversión del leer empieza cuando has leído la mitad de lo escrito, porque si no es divertido la segunda… mitad de un libro: ¿cómo va a ser divertido la primera mitad o el libro entero? Entiendes, Valentina.

          - ¿Has dicho mamotreto y también reparar? ¿De dónde sacas esas palabras que ni yo entiendo a pesar de ser más leída que tú? Además no has reparado que reparación puede ser como arreglar algo y no como tú lo has dicho, que es como pararse, darse cuenta.

          - Para que… repares Valentina lo mal que hablan los mayores, que emplean palabras que parecen significar una cosa y en realidad significan otra.

          - Pero los mayores se entienden entre ellos, lo cual significa que ellos tienen como un lenguaje diferente del nuestro porque emplean las mismas palabras pero que significan cosas diferentes de lo que pensamos. Bueno, Laurita, no sigamos por ahí que nos lleva a un… callejón sin salida –dijo Valentina como reflexionando sobre la última frase.

          - Lo ves, Valentina, tú has dicho callejón sin salida, pero es absurdo que exista un callejón sin salida porque, entonces, o no es callejón y tiene salida o lo que llaman callejón es como una calle… cortada. Por lo tanto no debiera existir esa cosa, expresión, frase, o como quiera que se llame, Valentina.

          - Creo, Laurita, que los mayores llaman a las cosas sin sentido… metáforas y eso es lo que debe ser, pero volvamos a la pregunta y díme qué estás leyendo que quiero compartir tus…, ¡qué rabia, no me sale una palabra ahora que vendría muy bien! Bueno, ya me entiendes lo que quiero decir.

          - Pues es una historia muy triste porque a ser como humano pero enorme y feo le persiguen porque dicen que ha cometido tres crímenes. Y lo peor es que si lo cogen lo matarán –explicó Laurita como preocupada.

          - Pero Laurita, eso es sólo una historia inventada, supongo.

          - Pero sabes Valentina que cuando hemos viajado atrás en el tiempo desde la Cueva siempre nos hemos encontrado con que era real, no libros más o menos bonitos con estampas donde descansar la vista y como ayuda a la imaginación. Podría ser verdad, es decir, estar basado en un hecho real y nosotras podríamos cambiar la historia real diga lo que diga el libro, que eso no nos importa, ¿no es así?

          - Podría ser, Laurita, pero el peligro es que nos veríamos envueltas en una persecución y ayudando al monstruo que dices y no sabemos que harían los llamemos… lugareños o la policía con nosotras. Además antes de ayudar tenemos que asegurarnos que es inocente, en este caso el monstruo –dijo Valentina dándose cuenta inmediatamente de lo flojo del argumento.

          - ¿Pero cómo vamos a saber si es inocente o no si no vamos? Por cierto, has dicho creo… lugareños, bonita palabra que viene seguro que de lugar, lo cual tiene un problema porque, según eso, todas la personas son lugareñas o lugareños porque todas viven en algún lugar. Nosotras, por ejemplo, somos… lugareñas de la Cueva de los Sueños, al igual que nuestras amigas y Tronco. Y eso significa que llamar lugareño a alguien es no decir nada de particular –dijo Laurita con satisfacción por demostrar tanta inteligencia como la listilla de su hermana.

          - Discrepo, aguda hermana, porque eso de llamar lugareño a determinada gente es para diferenciar entre los que viven habitualmente en un lugar y los que están solo de visita. Por ejemplo, nosotras no somos lugareñas cuando visitábamos a nuestras tías que tan lejos vivían –dijo Valentina con satisfacción.

          - Es posible que en este caso tengas razón y lugareño tenga razón de existir. Pero eso en esta historia es un problema porque al monstruo le persiguen precisamente porque no es un lugareño del lugar de los perseguidores –dijo Laurita.

          - Pero me has dicho, Laurita, que también le acusan por tres crímenes al monstruo ese.

          - Pero estoy segura, Valentina, que le perseguirían menos si fuera lugareño.

          - ¿Qué quieres decir menos? ¿Que irían más despacio?

          Y las dos hermanas rieron mientras sus amigas no humanas las observaban como diciendo: “vaya problemas que tienen los humanos con eso que llaman lenguaje”. Entonces Laurita se pudo seria y preguntó a su hermana si ayudaban al monstruo o no.

          - Vayamos, Laurita, pero preocupación, que fuera de la Cueva somos vulnerables –repitieron a coro las gemelas y sus amigas- mientras se internaban en el Arcón Mágico.

          Y, en efecto, de pronto se encontraron en medio de mucha gente que salía con antorchas gritando: ¡a por el monstruo! ¡matemos al monstruo! ¡matemos a Frankenstein! Por supuesto que era de noche. Las gemelas dejaron que el pueblo se vaciara y se sentaron en el porche de una casa que, incluso, parecía abandonada desde hace tiempo. Y las gemelas comenzaron a caminar por el pueblo hasta alcanzar un sendero por el que no habían ido los lugareños, probablemente el único, lo cual les pareció a las gemelas extraño. En el recorrido Laurita contempló como su hermana se paraba, tocaba el suelo, recogía algo, incluso algo que parecía un hueso mordisqueado. Entonces Laurita preguntó a su hermana:

          - ¿Has visto algo interesante? Por un momento me recordabas a nuestro amigo inglés de la lupa arrastrándose por el suelo. Algo que no te he dicho de la lectura o te lo he dicho mal es que no hay seguridad que el monstruo sea humano, Valentina.

          - Sí, Laurita, es humano. Además ha comido algún guiso y lleva algo de vestido.

          - ¿Estás segura, Valentina? Eso, con tan pocas pistas o huellas, no lo habría sabido nuestro amigo inglés, aunque es verdad que ya estaba achacoso, que creo que así se dice.

          - Verás, Laurita, a pesar de lo oscuro he visto una huella como de un zapato, pero era una huella enorme. Yo diría que era un pie desnudo porque el centro de la huella sobresalía, como si apenas la hubieran pisado, y eso no pasa con los zapatos, botas, zapatillas, o lo que sea. ¡Pero la huella es enorme! También he visto unos huesos… mordisqueados pero que olían como a guiso. Por último mira este hilo, hilacho, que parece de un vestido o una manta, cosa que los animales no usan –dijo Valentina con cierta satisfacción.

          - Según eso, Valentina, son pistas como contradictorias, porque por las huellas no parecería humano, por los huesos no sabemos porque podría ser que fuera un animal que hubiera robado un guiso. Lo mismo pasa con los hilos que has recogido, que podría ser de un humano pero también de los restos de un lugareño al que hubiera atacado el animal –dijo Laurita con igual satisfacción.

          - Pero debemos apostar, porque no es lo mismo ayudar a un humano que a un posible animal digamos… salvaje. ¿No te parece, Laurita? Si es un animal mejor nos volvemos a la Cueva porque corremos peligro y nada podemos ni debemos hacer.

          - Apuesto a que es un ser humano –dijo Laurita algo resignada.

          - Yo también apuesto por ello, un ser humano enorme, desvalido, y quizás acusado de crímenes que no ha cometido. Ahí estamos nosotras. Te acuerdas de cuando nos visito ese personaje tan alto, amable y escuchimizado que decía llamarse Quijote y nos dijo que su misión era… desfacer entuertos y…, si no mal recuerdo –dijo Valentina haciendo un gran esfuerzo.

          - Eso es, muy buena memoria, Valentina. Yo también lo recuerdo, y lo otro era… enderezar agravios, que menos mal que nos lo explicó, que si no estaríamos… a dos velas. ¿Vaya expresión más rara, verdad Valentina?

          - Incomprensible, pero sigamos nuestra tarea, cometido –decía Valentina

          - Misión, fin –completó Laurita y ambos rieron comedidamente.

          Y cuando deambulaban por el pueblo vació apareció un posible lugareño con gafas y enjuto de carnes. A las gemelas no les pareció peligroso precisamente por su aspecto físico y fueron a su encuentro. Habló el supuesto lugareño.

          - ¡Hola, hermosas niñas! ¿Qué hacéis solas en el pueblo? ¿Cómo os llamáis y dónde están vuestros padres?

          - Nuestros nombres son Laurita y Valentina y venimos de muy lejos, donde están nuestros padres. Estamos aquí para ayudar a alguien que quizá se lo merezca, aunque no estamos seguros de ello –dijo Laurita sin dar más pistas.

          - No nos ha dicho tu nombre, señor enjuto, pero me resulta extraño que no nos haya advertido que hay un monstruo por aquí. ¿No cree que corramos peligro? Seguro que sabe algo de todo lo que ocurre y no pretende decirlo.

          - Muy astuta, creo que Valentina, ¿verdad? En efecto, no corréis peligro a pesar de que todo el pueblo crea lo contrario. Yo soy doctor y el creador del monstruo que persiguen y os puedo asegurar que es inofensivo.

          - No nos ha dicho su nombre, pero hemos oído que al monstruo le llaman Frankenstein. ¿Cuál es su nombre? –preguntó Laurita.

          - Me llamo doctor… Frankenstein.

          - ¿Igual que el monstruo? –preguntó Valentina

          - Eso es, igual que el monstruo. Él aún no tiene nombre.

          - Pues Frankenstein le persiguen para matarlo, doctor Frankenstein –afirmó Laurita.

          - Y no son los lugareños los únicos que quieren cometer un crimen –dijo el doctor.

          - ¿Alguien en especial está amenazado por el monstruo? Hasta ahora hemos supuesto que es inocente de todo lo que se le acusa –dijo Valentina.

          - Así es, pero sí es verdad que busca a una persona para matarlo –dijo el doctor sentándose en el porche con las gemelas.

          - Díganos quién es y le llevaremos con nosotros a un lugar… donde nada le puede suceder.

          - Pues soy yo el amenazado –dijo el doctor.

          - ¿Cómo es posible? –preguntó Laurita.

          Es una larga historia, pero el caso es que prometí al monstruo una compañera y cuando la tenía creada murió sin que pueda explicármelo. Y el monstruo me acusa a mí de hacerlo para evitar que fueran dos los que algún daño pudieran hacer a la gente. Yo puedo dominar a un ser creado por mí, peo ya no estoy seguro de que pueda hacerlo con dos, y más si el… amor promedia. Quizá sois muy jóvenes para entender estas cosas pero así son si así parecen.

          - ¿Y no tiene miedo de que le encuentre su… criatura y le mate? –preguntó Valentina.

          - ¿Criatura? Sí, esa es la palabra, avispadas gemelas. No me importa, yo estoy condenado de muchas formas porque si el monstruo mata o hace daño a alguien yo seré el culpable. Soy reo de la justicia o de la venganza –dijo el doctor resignado.

          - Señor doctor, venga con nosotras… de donde venimos y estará a salvo –inquirió Laurita.

          - No puedo dejar a la criatura suelta, debo acabar con élla –dijo el doctor.

          - ¿Aunque sea inocente la criatura? –preguntó Valentina mirando a los ojos al doctor.

          - Aunque sea inocente, es terrible, pero es así, porque no estoy seguro que tarde o temprano sea agredido y se defienda y es un monstruo de dos metros y medio de altura. ¿Os lo imagináis con hambre? No deja de ser un mamífero que siente hambre, frío, sed. Pretendí crear una especie de… nuevo Prometeo, al igual que el mito heleno que robó el fuego a los dioses y se lo entregó a los humanos y por ello fue castigado por los dioses. ¿Si yo me fuera con vosotras a ese lugar misterioso que no especificáis qué hacemos con Frankenstein, el monstruo? –inquirió resignado el doctor.

          Y todos callaron meditando una solución pero nada se les ocurría. Y fue Valentina la que habló:

          - Debemos matar al monstruo pero hacerlo sin que padezca sufrimiento.

          - Valentina, nosotras estamos para ayudar a la gente, no para matarla. Recuerda: desfacer entuertos y enderezar agravios –dijo Laurita regañando a su hermana.

          - Aunque probáramos que es inocente de cualquier crimen que haya cometido siempre será un peligro y no hay cárcel en la que pueda vivir. ¿Prefieres, Laurita, que se le condene a vivir solo toda la vida siendo, además inocente de todo? Él no tiene la culpa de haber sido creado y no podrá trabajar nunca, tendrá que vivir de la caridad pero, ¿alguien podrá ejercer la caridad con él sin peligro? No hay solución, Laurita. Que no sufra y que vuelva de donde vino, es decir, a la… no existencia.

          En estas disquisiciones estaban gemelas y doctor cuando volvían los lugareños alborozados diciendo: ¡Hemos cazado al monstruo!, ¡al asesino! ¡Ya es nuestro! Entonces Laurita se dirigió a uno de los vociferantes con terror de Valentina y le preguntó de que le acusaban y el vociferante les contestó:

          - De un triple crimen: ha matado a una campesina en su casa para robar un carnero, ha matado a su novia y al doctor Frankenstein, que dicen que es su creador –contestó.

          Entonces Valentina se puso en medio de todos y al lado del monstruo que llevaban en una carreta atado con fuertes lianas y dijo:

          - Lugareños de este lugar, soy Valentina y esta que está a mi lado es mi hermana Laurita y os puedo asegurar que el monstruo es inocente de los tres crímenes del que le acusáis.

          Quedaron los lugareños atónitos por la valentía de una niña que aún no era adolescente pero, extrañamente, callaron y la dejaron hablar.

          - En primer lugar no ha matado a nadie del poblado ni robado ningún carnero vivo. Ha robado, es verdad, pero es comida guisada y aquí tengo en esta bolsa los restos de huesos… guisados, no crudos. La lugareña está en su casa muerta de miedo, es verdad, pero viva. Buscad y la encontraréis. En segundo lugar no ha matado a su novia sino, según nos ha dicho el doctor, murió cuando estaba siendo engendrada, perdón, quise decir… creada. En tercer lugar no ha matado a ningún doctor porque el señor Frankenstein es este señor que está a nuestro lado. Es inocente y la pregunta es: ¿a pesar de todo qué hacemos con Frankenstein, quiero decir, con el monstruo, claro?

          Quedaron todos quietos, en silencio, consternados, sin saber qué hacer. Fue entonces que se acercó el doctor al monstruo y le inyectó un preparado que llevaba en una bolsa y estas fueron sus palabras:

          - Soy el creador del monstruo y ahora soy su… descreador. En pocos minutos morirá sin sufrimiento y el asunto quedará saldado.

          Y todos los lugareños quedaron aparentemente satisfechos y todos parecían volverse a sus casas cuando uno de ellos que no se había destacado pero que estaba en primera fila al lado del monstruo dijo:

          - ¿Y quién nos asegura que el doctor no vaya a crear otro monstruo y la historia se repita?

          Entonces intervino Laurita y dijo:

          - Estimados lugareños, mi hermana y yo venimos del futuro y nos llevaremos al doctor con nosotras quiera o no quiera venir porque para eso estáis vosotros, para obligarle. Y en el futuro donde vivimos no se hacen estas cosas o, mejor dicho, lo que se hace es de otra manera y todo controlado. No tendréis peligro, nunca más veréis al doctor ni a nosotras. Esta es nuestra propuesta y nuestra solución.

          Y el que parecía ser una especie de alcalde de los lugareños intervino:

          - Bien parece que es una solución para nosotros, los que aquí habitamos. Pero yo os pregunto, hermosas e inteligentes niñas: ¿es también una solución para vosotras?

          - Lo será, para eso vivimos porque donde vivimos nada nos puede pasar –dijo Laurita.

          Entonces ocurrió que se tomaron de las manos las gemelas y el doctor, pensaron en la Cueva de los Sueños y hasta allí fueron con gran alborozo de sus amigas no humanas.

          - Al fin en casa y os traemos, queridas amigas y Tronco, un nuevo compañero. Se llama Frankenstein y es doctor, que aunque no es veterinario algo podrá hacer cuando nos encontremos enfermas. Quiero decir, cuando os encontréis –dijo Laurita mientras que observaba cómo se desvanecía el doctor en los brazos de Valentina.

          - Lo siento, Laurita, amigas, el docto ha muerto.

          - ¿Cómo ha sido? –preguntó Laurita

          - Se inyectó el veneno que le había quedado de la inyección al monstruo. Yo vi cómo no lo vaciaba del todo –dijo Valentina mientras aún sujetaba al doctor ya cadáver.

          - Lástima no pudieras haberlo evitado, Valentina, tú que te diste cuenta de lo de los restos del veneno –inquirió Laurita consternada.

          Y Valentina, aún más consternada dijo para sí: “Si supieras Laurita que sí pude haberlo evitado nunca me lo perdonarías. Nunca sabrás la verdad”. Y así acabo esta aventura, adjetivo que seguro no les pareció a las gemelas. Y la pregunta es, querido lector: ¿Quién obró a la vez con cordura, ética o bondad, Laurita o Valentina? ¿O acaso no se pueden aunar estos criterios?

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